En junio, hace 80 años, un gobierno militar se instaló en la Casa Rosada, en Argentina. “Revolución de palacio”, lo llamó la revista Current History semanas después (julio/1943).
Este golpe sería hoy una nota de escaso significado en la historia si no fuese por la figura central que pronto emergió de tal episodio: Juan Domingo Perón, cuyo protagonismo dominaría las siguientes décadas de la política argentina.
El nombre de Perón no apareció en la crónica de Current History. Hasta ese momento, el entonces coronel había sido un oficial sin mayor brillo en el ejército. Al poco tiempo, sin embargo, su liderazgo se hizo bien visible al frente del ministerio de Trabajo del gobierno militar, desde donde orquestó su ascenso a la presidencia en 1946.
Casi desde el principio, el significado de Perón trascendió las fronteras argentinas. Su movimiento y su legado se convirtieron en paradigma del populismo latinoamericano, personalizado en tiempos recientes por Hugo Chávez en Venezuela.
Con Perón, como ha sugerido el historiador Federico Finchelstein, el populismo llegó “al poder como una nueva forma de gobernar”. El auge del peronismo, ha observado el sociólogo Enrique Peruzzotti, “marcó el nacimiento del modelo moderno del populismo” –es decir, con los mandos del poder, con capacidad de propiciar “transformaciones institucionales” para establecer un régimen populista”–.
Perón concibió una especie de “posfascismo”, precisamente el “populismo”, que “surgió como una forma de democracia autoritaria para el mundo de la Guerra Fría”.
No parece que, entre los contemporáneos durante las primeras presidencias de Perón (1946-55), lo calificaran como “populista”. Ciertamente no entre sus críticos.
“Fascista” y “dictador” fueron los adjetivos quizá más utilizados por sus opositores. Para el historiador José Luis Romero, en un libro publicado por primera vez en 1946 (Las ideas políticas en Argentina, segunda edición, 1956), Perón había sido “el más activo de los elementos pronazis” del gobierno que se tomó la Casa Rosada en 1943, desde cuando el “movimiento fascista” dominó la Argentina hasta 1955.
El debate académico sobre las relaciones entre peronismo y fascismo ha sido intenso. Hay pocas dudas acerca de la influencia del fascismo en su genealogía: Perón se impresionó favorablemente con el movimiento de Mussolini durante su visita a Italia en misión de estudio del ejército entre 1939 y 1941.
Ya en el gobierno, Perón habría “reformulado” sus relaciones con el fascismo. Esta es la sugerencia de Federico Finchelstein, quien, tras responder negativamente a la pregunta –“¿era fascista Perón?”–, muestra muy bien la “dinámica interacción entre el fascismo y el peronismo”.
Según Finchelstein, Perón concibió una especie de “posfascismo”, precisamente el “populismo”, que “surgió como una forma de democracia autoritaria para el mundo de la Guerra Fría”. El resultado habría sido “una democracia que combinaba la expansión de los derechos sociales con las limitaciones de los derechos políticos”, hoy vinculada al “populismo clásico latinoamericano”. En otra parte de su trabajo, Finchelstein anota que el peronismo estableció “una democracia populista autoritaria”. Lo que nos remite al debate interminable sobre las relaciones entre populismo y democracia.
En 1946, José Luis Romero reflexionaba sobre los dilemas de la Argentina de su tiempo, impactada por las “distintas doctrinas totalitarias” que impulsaban el retoño del “viejo autoritarismo criollo”. Ante “la encrucijada del presente”, Romero quiso dejar expresas sus convicciones como socialdemócrata para “ofrecer una positiva solución a la disyuntiva entre demagogia y autocracia”. “Esta disyuntiva –concluía con desilusión– parece ser el triste signo de nuestra inequívoca vocación democrática, traicionada cada vez que parecía al borde de su logro”.
EDUARDO POSADA CARBÓ