"Es maravilloso. Tengo tanta arena en los ojos y la boca que no estoy pensando en política en absoluto". Esto le dice uno de los personajes de una caricatura de The New Yorker de hace unas semanas al otro, los dos con la cabeza enterrada en la arena. En estos días la recuerdo cada vez que entro en cualquier conversación. Con tanta cosa pasando cada día, está siendo imposible no estar monotemáticos. Hay momentos en que añoro la cabeza entre la arena. No sé cómo se sienten ustedes. Creo que estamos viviendo un momento de transición profunda, que se desenvuelve a una velocidad vertiginosa y nos llevará a un mundo distinto del que, hasta ahora, al menos mi generación y las posteriores, hemos conocido. Se respira la enorme incertidumbre acerca de qué novedad traerá cada día, y de la nueva realidad a la que con cada paso se está dando forma.
Las economías latinoamericanas, ya de por sí con motores de crecimiento tan difíciles de prender y mantener en marcha, están viendo sumarse a sus problemas propios, la potencial desaceleración de las economías más pujantes del mundo, donde, por ahora, la incertidumbre de la nueva realidad tiene sorprendidos a los inversionistas y detenidas las decisiones de inversión. Sobre esta incertidumbre habla el próximo informe semestral del Banco Mundial para la región, que será público en las próximas semanas.
En el mundo globalizado, donde las economías de los países están interconectadas, no hay manera de que la incertidumbre generalizada y la parálisis que viene con ella no afecten a la región. El experimento de desglobalizar, que parece ser hacia lo que vamos, puede ser extremadamente doloroso y complicado por los niveles tan altos de interconexión y la complejidad de las cadenas globales de valor.
El crimen organizado es tal vez el mayor obstáculo que enfrenta la región para entrar en ese camino virtuoso de crecimiento incluyente y bienestar que todos quisiéramos.
El segundo capítulo, que le da su nombre al informe, es esta vez sobre crimen organizado y violencia. Este es un tema que se ha elegido priorizar en la agenda de producción de conocimiento del Banco para la región y en el que vengo trabajando. Se está poniendo en el centro de la conversación sobre desarrollo porque, hoy por hoy, es tal vez el mayor obstáculo que enfrenta la región para entrar en ese camino virtuoso de crecimiento incluyente y bienestar que todos quisiéramos.
Además del exceso de violencia homicida que genera en América Latina y el Caribe –la tasa promedio de homicidios es 8 veces mayor que la del mundo en la última década–, el crimen organizado controla territorios y mercados ilegales y legales, extorsiona a empresas y hogares, y donde la presencia del Estado es insuficiente, lo sustituye en la provisión de justicia y otros servicios. En algunos territorios, impone reglas de comportamiento que limitan las libertades individuales. Y para posibilitar su actividad, infiltra los gobiernos, ejerce coerción sobre los funcionarios o interfiere en los procesos electorales. En el camino, el crimen organizado distorsiona y reduce la inversión privada, aumenta los costos de los negocios restándoles competitividad, desvía hacia la seguridad recursos públicos necesarios para la educación, la salud y otras inversiones en desarrollo, compromete la capacidad de generación de ingresos futuros de sus víctimas, deslegitima las instituciones formales, reduce los derechos de la gente, afecta la calidad de los gobiernos y golpea la democracia. Los canales por los que el crimen organizado obstaculiza el desarrollo son múltiples.
El contexto internacional está ruidoso, y no faltan problemas coyunturales. Pero nunca es un mal momento para volver la mirada hacia los problemas estructurales propios, que impiden que nuestros países avancen en la dirección deseada incluso cuando la coyuntura es buena. Esa es la invitación que hace esta vez el informe del Banco. En estos días, cuando enterrar la cabeza en la arena puede ser un descanso, también puede serlo poner en movimiento caminos de reforma necesarios en temas urgentes.