Alas 11 a.m., en el puerto de Necoclí, en medio del barullo, las carretas llenas de equipajes y un calor abrumador, encuentro a decenas de mujeres con niños menores de 5 años, muchas lactantes, e incluso embarazadas, esperando entre los nervios y la esperanza las lanchas en las que cruzarán el golfo de Urabá hasta Acandí, donde iniciarán la travesía por el tapón del Darién. Algunas viajan en familia, pero también muchas mujeres, ante la pobreza, la represión y la violencia que han sufrido, se aventuran solas, con niños de brazos, en búsqueda de un mejor futuro para sus hijas e hijos.
Me preguntaba ahí, en medio del calor abrumador, del ruido del megáfono que voceaba los apellidos de los viajeros, -tratando de ocultar mis ojos “encharcados”-, ¿cuánto habrán padecido estas mujeres, que prefieren enfrentarse a los insectos y a las serpientes que pululan en los barriales del tapón, los impetuosos caudales del río Turquesa (o los otros tres ríos que es necesario cruzar) además de los peligrosos humanos en la ruta, quienes no escatiman en violencia sexual y física-, a quedarse en su país?
Estas personas “migrantes irregulares en tránsito” como les denomina Migración Colombia, vienen mayoritariamente de Venezuela, pero también de Haití, Ecuador, China, India, Bangladés, Chile, Afganistán y Perú, entre otros. Más de medio millón de migrantes cruzaron en el 2023 el Tapón para llegar a Estados Unidos. Fundación Plan y otras organizaciones del Grupo Interagencial Sobre Flujos Migratorios Mixtos (GIFMM) comprometidas con poblaciones migrantes están en el Urabá intentando dar manejo a la compleja situación humanitaria en ese territorio, que de por sí, ya tiene un alto porcentaje de población endógena también en condiciones de vulnerabilidad.
El presidente de Panamá, cumpliendo su promesa de campaña, comenzó el cierre de la frontera, y despegaron los primeros vuelos de deportación de migrantes de Panamá a Colombia. Todo mientras la crisis venezolana se agudiza
En los puertos de Necoclí y Turbo, así como en los improvisados refugios temporales sobre la playa y en las calles, acompaño a mis colegas de Plan (mujeres profesionales y sororas) a entregarles kits humanitarios especializados con elementos cuidadosamente escogidos, para aumentar sus probabilidades de supervivencia mientras cruzan los 17.000 km de una de las selvas más peligrosas del mundo.
Los kits, que incluyen fulares para cargar bebés, pastillas potabilizadoras, termos plegables, repelentes y suplementos nutricionales diseñados para garantizar la salud de los menores de edad y sus madres, no se entregan solos: se dan a la par con mensajes que apuntan al fortalecimiento de sus habilidades para la autoprotección y el cuidado de sus hijas e hijos. En medio de las entregas, mientras conversamos e intercambiamos sonrisas con los chiquitos, me entero de su absoluta determinación de continuar el tránsito: “Sea, como sea, ya hemos llegado hasta acá, no vamos a parar hasta llegar a Estados Unidos”.
En el último mes, el presidente de Panamá, cumpliendo su promesa de campaña, comenzó el cierre de la frontera, y despegaron los primeros vuelos de deportación de migrantes de Panamá a Colombia. Todo mientras la crisis venezolana se agudiza, generando ya una nueva ola de migración que, por ejemplo, tiene al gobernador de La Guajira solicitando al Presidente de la República declarar la emergencia migratoria, luego de que el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela confirmara a Maduro como presidente.
En este mes de agosto en el que conmemoramos el Día Mundial de la Acción Humanitaria y honramos a estas heroínas y héroes, les dejo un par de preguntas: ¿estamos como país preparados para enfrentar lo que viene? ¿podrá la cooperación internacional (ya bajo presión por la situación en Gaza, Ucrania, Sudán, República Democrática del Congo, Yemen, Siria, entre otras) apoyarnos para afrontar esta nueva ola migratoria?
*Miembro de Women in Connection y CEO de la Fundación Plan