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Yo y los microorganismos

Una vez más nos damos cuenta de lo difícil que es cambiar estereotipos ligados a tareas domésticas.

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Una página del diario EL TIEMPO, en la sección Hogar del mes de agosto, me enojó. El título: ‘Rutina para limpiar y desinfectar el hogar’. El artículo está acompañado, por supuesto, de una linda foto de una mujer sonriente, con guantes rosados, limpiando la pared de su cocina. Además, incluye recomendaciones de expertos en limpieza. Y, ojo, por supuesto son ‘expertos’ y no ‘expertas’.
De verdad, el tono de este artículo es inaceptable en esta segunda década del siglo XXI y particularmente en estos tiempos de pandemia, cuando, lo sabemos, las tareas domésticas han recargado a las mujeres de manera inaudita. Pero parece que lo que hacen no es suficiente. Toca, además, realizar una eliminación adecuada de los microorganismos presentes en el hogar. Y van los consejos. En realidad, nos dicen los expertos, una limpieza profunda con agua y jabón ya no es suficiente. Y no sé si la limpieza debe ser profunda, pero lo que sí sé es que el cansancio de las mujeres es igualmente profundo. Porque, evidentemente, se dirigen a mujeres como si en estos tiempos de pandemia ya no tuvieran que asumir tareas descomunales.
Y para que no nos confundamos nos dan una explicación de lo que significa la limpieza profunda. Se trata de limpiar a fondo el lavaplatos, la lavadora, la caneca de la basura, los juguetes de los niños, los elementos de la mascota, sin olvidar puertas, manijas, llaves e interruptores. Y no les cuento más.
De pronto ustedes dirán que estos consejos son necesarios en tiempos de pandemia. Quizás. Pero repito: es el tono del artículo que es inaceptable. No hay una sola referencia a cómo se deben distribuir estas tareas; no hay una sola referencia a quién debe realizar las labores que hacen parte de la hoy llamada economía del cuidado; ni siquiera se menciona que es necesario y justo reconocer y redistribuir las responsabilidades de estas tareas entre hombres y mujeres, niños y niñas.
Este hecho nos indica cómo este trabajo del cuidado –hablamos en este caso de limpieza del hogar, es decir, de sostenibilidad de la vida– es aún considerado una misión natural de las mujeres, aun cuando sé que hay algún cambio, pero aún demasiado tímido, del tema.
Todos los días agradezco a mi madre, ama de casa, haber enseñado a su hija, yo, a no detenerme en el polvo o, más exactamente, a repetirme sin cansancio que para una mujer existía un mundo mucho más interesante que el mundo de la limpieza. Ella, nacida en 1911, leyó a Simone de Beauvoir en los años 50, 60, y aun si para ella era algo tarde, sabía que para su hija podía ser pertinente. Y, sí, lo fue. Y no es que hoy mi casa esté llena de mugre; no, solo que es probable que haya algo de polvo en los muebles.
Los muchos amigos y amigas que me visitan a menudo (claro está, antes de la pandemia) pueden dar testimonio de este hecho. Mi cocina y el lavaplatos están limpios. Ah, y el baño también. Esta mañana, y antes de ponerme al frente del computador, limpié el baño, y lo hago cada semana pero sin obsesión, sin angustia, a sabiendas de que, seguro, algunos microorganismos están ahí, desafiándome. ¡Pues que lo hagan!
En fin, una vez más nos damos cuenta de lo lento y difícil que es cambiar viejos estereotipos ligados a las tareas domésticas. Y en estos tiempos, no dejo de pensar en todas estas mujeres que sostienen este mundo casi sin reconocimiento.
Florence Thomas
Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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