Desde hace ya un par de meses, el debate relativo a la despenalización del aborto ha vuelto a ocupar un lugar relevante en el escenario público en Colombia, en virtud de la demanda de inconstitucionalidad del artículo 122 del Código Penal (referido al delito de aborto en Colombia) interpuesta por el movimiento Causa Justa. Aparecen de nuevo los argumentos a favor y en contra, y en filigrana, las que considero las preguntas de fondo en esta discusión. Las resumo: ¿debemos proteger los derechos de la mujer gestante, o los derechos del no nacido? Y su anexo: ¿cuándo se inicia la vida y de cuál vida hablamos?
Ante estas preguntas, en su magistral discurso ante la Asamblea Nacional de Francia en 1974, la ministra de Salud Simone Veil afirmó que como sociedad deberíamos negarnos a abordar discusiones científicas, éticas o filosóficas cuando el problema es prácticamente irresoluble. No obstante, recordaba que nadie podía negar, desde el punto de vista estrictamente médico, que el embrión lleva en sí todas las virtudes del ser humano en que se convertirá. Pero que, a la vez, este embrión es todavía solo un devenir que tendrá que sortear muchos, muchísimos albures antes de llegar a feliz término. Un frágil eslabón de la transmisión de la vida.
Y con este propósito debemos preguntarnos cuál vida protegemos. Responderé que protegemos una vida que logró humanizarse, una vida soñada, esperada, proyectada en el futuro, una vida que se alejó poco a poco de un frío hecho biológico. Las mujeres hoy ya no son hembras. Y si queremos devolverle un sentido ético a la maternidad, tienen que nacer solo hijos e hijas del deseo. Y nos respalda hoy día la cuarta generación de los derechos humanos, materializada por los derechos sexuales y reproductivos, conquistas luchadas durante décadas por grupos feministas y organizaciones de mujeres y consagradas en 1994, durante la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, en la ciudad de El Cairo. Sí, en cuestión de sexualidad y reproducción, decidir sobre nuestro cuerpo es hoy, y desde hace unas décadas, un derecho.
Entonces, en relación con la interrupción voluntaria del aborto, los argumentos poco a poco se han precisado a favor de una defensa de los derechos de las mujeres. Y, por supuesto, se protegerán también los derechos del recién nacido, que será persona jurídica plena desde el mismo momento en que se separa del vientre de esta mujer que ya es una madre.
Quisiera decir, a propósito, que las feministas, acompañadas de múltiples organizaciones de mujeres y organismos internacionales, estarán siempre en contra tanto de abortos forzados como de maternidades obligadas. Necesitamos mujeres-madres felices e hijos e hijas deseadas y felices. Y es así como abortar moviliza, entonces, un profundo sentido ético, en tanto una mujer siempre tendrá una razón para hacerlo.
Además, no sobra recordar que las motivaciones de las mujeres para interrumpir un embarazo no deseado probablemente no han cambiado desde la noche de los tiempos. Y que la penalización y judicialización de los abortos nunca han hecho retroceder a una mujer decidida a no seguir con su embarazo. Abortarán con su permiso o no; sin embargo, ninguna ley obligará nunca a una mujer a interrumpir su embarazo.
Y no quisiera terminar sin decir que me es cada vez más difícil aguantar los discursos de tantos hombres con una autoridad que no permite la duda.
FLORENCE THOMAS
*Coordinadora del grupoMujer y Sociedad