Las memorias del jefe del cartel de Cali (editorial Aguilar) me trasnocharon jueves y viernes, para cumplir el plazo de esta columna. Primera sorpresa: creíamos hasta ahora que habían sido 4.000 millones los aportados por el cartel de Cali a la campaña samperista. Gilberto Rodríguez Orejuela dice que fueron 5.000.
Resolví leer todo el libro y no solo el capítulo del 8.000: no dejan de ser interesantes las anécdotas de cómo este hombre, que antes de convertirse en narco era dueño de la cadena de droguerías La Rebaja, con más de cien puntos de venta; un laboratorio farmacéutico con más de cien licencias; el Grupo Radial Colombiano, con 20 potentes emisoras; el América de Cali; varios metros cuadrados de tierra habitable y la representación de la Chrysler, cayó un día en la tentación, o en la ambición, de incursionar en el narcotráfico.
Las confesiones de Gilberto están repartidas en varias partes del libro.
Página 384. “Todos llenaron sus arcas y no todo fue para Samper (sería el que menos recibió, dice); pero tampoco fue a sus espaldas”. Tan no lo fue que en la página 380 asegura: “Nos mandaron con Alberto Giraldo y Eduardo Mestre una razón: que (a cambio de la donación) las directivas de la campaña ofrecían darnos una cárcel digna y un proceso ajustado a la ley; que más no podían frente a la presión de EE. UU., que era muy difícil”. ¿Estos dos personajes podrían haberse comprometido, a espaldas de Samper, próximo presidente, a no extraditar a los Rodríguez?
Página 421. En carta enviada al entonces presidente Pastrana le dicen: “En algún momento de nuestras vidas cometimos el error de contribuirles al doctor Ernesto Samper Pizano y a sus inmediatos colaboradores con el dinero para su campaña presidencial. NO (sic) fue a sus espaldas ni mucho menos de los directivos de su campaña. Lo hicimos con el deseo de que un gobierno liberal en cabeza de los doctores Samper y Serpa llevara al país por mejores rumbos...”. Y añade: “Hemos guardado este prudente silencio incluso frente al brindis con champaña del doctor Samper y su señora el día de nuestra captura (...), pero este y muchos actos innecesarios nos van relevando de la obligación de contribuir con nuestro silencio al desarme de los espíritus”. Aunque Gilberto, es evidente, aún conservaba algún cariño por Samper: “Él y Serpa podrán tener mil defectos, pero son dos hombres, en la extensión de la palabra, liberales genuinos, inteligentes y, lo más importante y escaso, honestos. Ni les debemos ni nos deben ningún favor. Solo exigimos respeto a nuestro silencio y familia”.
Creíamos hasta ahora que habían sido 4.000 millones los aportados por el cartel de Cali a la campaña samperista. Gilberto Rodríguez Orejuela dice que fueron 5.000
Desde luego, del libro no se escapan menciones a otros expresidentes ya fallecidos, que no se pueden por lo tanto defender, a los que Gilberto también asegura haber financiado, así como a políticos de diverso pelambre.
Pero quiero detenerme en dos insinuaciones que hace, una sobre César Gaviria y otra sobre Andrés Pastrana.
Acerca del primero, dice: “(..) Bajo la benevolencia o el miedo del Gobierno de César Gaviria Trujillo, se le conceden (a Pablo Escobar) todas las pretensiones y mucho más de lo que pedía. La más visible fue la construcción de su propia cárcel, con todas las comodidades (...)”. En alguna parte del libro también sugiere que Gaviria se le vendió a Escobar y por ello terminó logrando que la Constituyente prohibiera la extradición. Pero digamos la verdad. A punta del más sangriento terrorismo, Escobar no solo arrodilló a Gaviria, sino al país. Lo que hubo ahí por parte del expresidente fue un intento por parar semejante ola violenta, en la que la familia de un policía no sabía si él iba a volver vivo esa noche a su casa o si nuestros hijos lo harían desde el colegio.
Sobre el expresidente Pastrana sugiere que, estando presos, envió a los Rodríguez una carta en la cual, a cambio de no extraditarlos, los extorsionaba para que contaran en ella todo sobre la financiación de la campaña Samper, confirmación que necesitaba urgentemente Pastrana en su dignidad y orgullo y que necesitaba todo el país, que duró dos décadas, hasta hoy, sin conocer plenamente lo sucedido. La carta la firmaron y a cambio terminaron un tiempo en cómodas cárceles y no extraditados.
Ahora: si Álvaro Pava, como se ha dicho siempre, fue a donde los Rodríguez a pedir plata para Pastrana, eso no está confirmado, así como sí lo está en el caso Samper por parte del extesorero Santiago Medina y del exministro Fernando Botero y ahora, del propio Gilberto, que dice que sí se la dieron.
Del libro se pueden rescatar varias reflexiones del capo. Me limito a mencionar estas. “He sido un rebelde por convicción, un negociante por vocación y un narco por ambición; me siento orgulloso de las dos primeras y absolutamente avergonzado por la tercera”.
Y esta: “Más peligroso hacer negocios con políticos que con narcotraficantes, porque en la mafia al menos se tenían códigos de honor (...)”.
MARÍA ISABEL RUEDA