Dice una llamativa noticia que cinco loros de una población de Inglaterra fueron duramente censurados, separados entre sí, cada uno confinado al mundo del silencio. La razón: no cesaban de echar madres contra los visitantes del parque zoológico en donde habitan, y aunque el lugar existe hace más de 30 años y esto ya había sucedido, ya que se especializa en el cuidado de aves parlantes, aquí el lío trascendió, pues los animalejos estaban juntos en la misma jaula y, cómplices, se pasaron de la raya burlándose todos a la vez del director del lugar y acusándolo de gordo tal por cual.
Por seguro no les faltarían razones, pero hasta los loros con sus certezas deben tomar algunas precauciones en la algarabía.
Pienso que así está la cosa por nuestros lados, con la diferencia de que, bien vistos, somos todos quienes andamos metidos en la jaula, una jaula revuelta por turbinas descontroladas, inyectados con brebajes fermentados durante años que nos tienen disparando a la loca una metralleta de palabras letales; nuestro suero de la verdad es el veneno que escupimos, empuñamos lanzallamas y ya no conseguimos detenernos en la compulsión de reducir a cenizas cuanto esté enfrente.
Es el Gobierno, es el Congreso; el Presidente, la alcaldesa, el gobernador, ministro, embajador, los noticieros, los colegios, los candidatos haciendo fila con sus cargamentos de bayonetas para repartir en la jaula. Sí, desde luego, son todos esos en una Babel a la que se le levanta a toda máquina un piso más por día; todos, con ínfima excepción, cuadrando cuentas, todos tratando de deshacer en ácido a los otros, todos mirando adelante hacia una línea del horizonte en donde solo quede el residuo de tierra arrasada para sembrar desde cero su nuevo feudo, alzar su cómoda casa y regar en un mundo mejor, un mundo totalmente suyo, único, verdadero y diseñado a la medida de su propia idea de limpieza.
Y también, incluso más esclavos y verdugos somos nosotros, opinando, buscando reconocimiento, cada uno un Savonarola contemporáneo, acusador; vigorosos señores del desprestigio parecemos. Casi nadie oye, solo alienta parlotear.
Por alguna parte, junto con la noticia de los loros leí que “los que tienen la solución son el problema”; bomberos haciendo fuego. A los loros, sobre todo, los alejaron de los niños. Tal vez sería lo mejor en nuestro caso.
Gonzalo Castellanos V.