Como sociedad democrática nosotros tenemos obligaciones críticas. Indico con “nosotros” la serie que incluye a cada individuo: cada uno tiene tales obligaciones, que son imprescindibles —críticas— si realmente queremos vivir en una sociedad libre, exenta de la violencia, democrática y guiada, en su caso, por la ciencia.
También son críticas porque incluyen entre ellas la obligación de criticar. Pero más que hablar de la obligación de criticar —creemos, muy equivocadamente, que ser criticón es ser un pensador crítico— lo que tengo en mente y lo que realmente debemos reconocer para vivir libres, es ‘la obligación de ser criticados’. Tenemos que permitirnos a nosotros mismos estar expuestos a la crítica. Más bien, tenemos que dar permiso a otros para criticar no a nosotros como tal, sino a nuestras creencias e ideas, sin importar cuán cerca estemos de ellas. Estamos obligados, creo, a exponernos a tales críticas. En efecto, nuestra obligación fundamental, por encima —o más bien por debajo— de todas las demás, no es meramente exponernos (nuestras ideas y creencias) a la crítica, sino también fomentar la crítica de ellas, de nuestras perspectivas, hipótesis, argumentos, de nuestros artículos de fe.
¿Por qué esta obligación es la más fundamental? Por una sencilla razón: porque nadie quiere equivocarse. Aquí es necesario hacer una declaración que corresponda a los hechos, es decir, una declaración verdadera (por supuesto, invito a los críticos a criticarlo). La declaración es esta: cada uno de nosotros está lleno de creencias equivocadas y desacertadas. No digo que sean creencias falsas porque las creencias son siempre sinceras y auténticas. Un billete de 20.000 pesos puede ser falso, pero no puede ser equivocado ni erróneo. Por el contrario, una creencia es siempre genuina en tanto creencia; igual, por muy genuina que sea, puede ser inadecuada, o más bien errónea, con respecto a su aspiración inherente (pero no puede ser falsa, a menos que sea una creencia en la que no se cree y nadie cree así.) La aspiración inherente, por así decirlo, de una creencia es aprehender fielmente los hechos o la realidad. Pero puede fallar.
Dicho esto, cuando se trata de creencias personales no es tan importante que no estén equivocadas. Si personalmente creo que el planeta es plano, mientras no sea yo un piloto, marinero, ingeniero, etc., no importa si me equivoco. Si no creo que Dios exista, mientras no esté a cargo de políticas públicas para las cuales tal creencia sería relevante, no importa si me equivoco (excepto, por supuesto, para mi alma). Sin embargo, en ambos casos, y en casos similares, realmente debería invitar a la crítica a criticar mis creencias, porque no quiero tener creencias equivocadas. Va en contra de la naturaleza misma de lo que significa creer.
La libertad y la ciencia no son metas, son prácticas. Se viven sólo mientras viva la crítica
Obviamente, las personas que no quieren exponer sus ideas a la crítica, que no quieren actualizar sus creencias de acuerdo con mejores argumentos y nuevas evidencias, pueden esconderse de la crítica. En tal caso, sus creencias no deberían tener relación alguna con asuntos de envergadura política o social.
Sin embargo, aunque las personas pueden escapar a las críticas, las creencias no. Independientemente de sus portadores, se debe permitir que se critiquen las creencias. Todo progreso, todo avance social y político, ha surgido gracias a la crítica de creencias, incluso de creencias consideradas por sus portadores como indiscutiblemente verdaderas.
La libertad y la ciencia no son metas, son prácticas. Se viven sólo mientras viva la crítica. La crítica, por su parte, no es otra cosa que la realización por cada uno de nosotros de nuestro derecho humano y natural a hablar, desde nuestras creencias, desde nuestro punto de vista, desde nuestra razón. Desanimar, por un lado, y descalificar, por otro, la crítica, es condenar al cementerio tanto a la libertad como a la ciencia. Por lo tanto, estamos obligados a no permitir que la crítica sea silenciada, practicada por nosotros o contra. El disfrute continuo de las bendiciones de la libertad y la ciencia así lo exigen.
GREGORY LOBO