Los latinoamericanos hemos visto siempre a Estados Unidos con una mezcla de iración, por su progreso material y la vocación democrática de su sociedad, y de resentimiento cuando nos ignoran o nos tratan como naciones de tercera clase. Las relaciones con Colombia han oscilado entre la imposición (el “I took Panama” de Teddy Roo-sevelt y las descertificaciones) y la cooperación estrecha durante la Alianza para el Progreso, de Kennedy, el gobierno Clinton, el Plan Colombia y el reciente idilio entre las istraciones Obama y Santos. Ahora estamos pasando por un punto de inflexión, y me temo que el gobierno Duque no está leyendo bien la partitura.
Duque procuró acercarse a Trump desde un principio para evitar las amenazas comerciales de las que fue objeto México y la ‘renarcotización’ de las relaciones como consecuencia del aumento incontrolado de cultivos de coca a finales de la istración Santos. A ratos pareció que esta estrategia funcionaba porque la istración Trump vio a Colombia como su principal aliado en su endurecimiento frente a Venezuela. Pero no logró evitar la imposición de aranceles a nuestras exportaciones de acero, ni que Trump propusiera recortar significativamente la ayuda a Colombia (lo que por fortuna no aceptó el Congreso gringo), o que diga que Duque es un buen muchacho que prometió reducir el área cultivada pero no ha hecho nada al respecto. Y ahora, 79 congresistas demócratas enviaron una carta al secretario de Estado, Mike Pompeo, pidiendo que el Gobierno norteamericano exija a Duque la protección efectiva de los derechos humanos y el cumplimiento de los acuerdos de paz que apoyó la istración Obama. Podemos fácilmente perder el apoyo de esa bancada en el Congreso.
¿Por qué no funciona bien la estrategia Duque frente a EE. UU.? Primero, porque Trump no es confiable y es capaz de cualquier cosa. En cualquier momento asesta puñaladas traperas a sus aliados y funcionarios. Si Duque se empeña en casarse con un tipo así, se arriesga a padecer otros episodios de violencia intrafamiliar.
Segundo, porque el Congreso de EE. UU. tiene un peso específico muy grande, y por eso nuestras buenas relaciones con ese país se han fundamentado en un apoyo bipartidista. Cuando hemos olvidado esto hemos sufrido las consecuencias. Uribe se casó demasiado con Bush, y los demócratas le demoraron durante 5 años la aprobación del tratado de libre comercio en el Congreso (si bien al hacerlo limitaron, por fortuna, algunas concesiones excesivas de nuestra parte). Duque lo ha intentado con Trump, y las consecuencias están a la vista.
Tercero, porque el gobierno Duque subestimó el alto compromiso del Partido Demócrata con la protección de los derechos humanos y el acuerdo de paz. Pensó, equivocadamente, que el intento de desprestigiar y debilitar la JEP y las directrices militares que evocaban las que dieron origen a los ‘falsos positivos’ no tendrían consecuencias sobre la relación bilateral. No las tuvieron con Trump, a quien poco le importa cumplir acuerdos, respetar instituciones judiciales o proteger los derechos humanos. Pero sí, y de manera grave, con el Partido Demócrata.
El canciller Holmes Trujillo tiene una difícil tarea entre manos: lidiar con la imprevisibilidad de Trump y recomponer las relaciones con el Partido Demócrata. Pero me temo que va a estar muy solo en esta tarea. No ayudará que se queden el ministro de Defensa y el comandante del Ejército. Ni embajadores tan zafados como Pacho Santos y Alejandro Ordóñez. Ni las posiciones del Centro Democrático. Ojalá cuente, al menos, con un respaldo efectivo del Presidente.
P. S. 1. ¡Qué pérdida de tiempo y energías haber insistido en unas objeciones política y jurídicamente inviables! Ojalá Duque decida ahora mirar más hacia adelante que hacia atrás.
P. S. 2. Echaremos mucho de menos las columnas de Daniel Coronell en ‘Semana’.
GUILLERMO PERRY