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Inutilidades y utilidades de la historia

La comprensión histórica es un poderoso elemento de lectura crítica de nuestro presente.

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Este espacio promueve la reflexión, en conjunto, sobre las complejas experiencias humanas en el tiempo, la comprensión crítica de nuestro presente y el fomento decidido de la imaginación histórica.
Pasó nuestro 20 de julio suscitando un par de notas de prensa y columnas de opinión sobre el significado histórico del 20 de julio, algo de interés y creatividad en tendencias como #silaindependenciafuerahoy, una serie de stories (historias precisamente) de Instagram promovidas por la Red Cultural del Banco de la República, un concierto nacional virtual y una revista aérea casi incógnita que los espectadores de Bogotá y Villavicencio vieron nublada, diríamos, por el clima nublado.
Un 20 de julio, si me lo permiten, con sabor a guayabo bicentenario, luego de la oleada de entusiasmos del año pasado –que tras de sí dejó monumentos intervenidos a la carrera y a medio hacer, como nos lo recordó en este espacio Alejandro Rabinovich a raíz de su visita al Puente de Boyacá. También este año viejo, pasado, reeditó a prisa viejas discusiones, dejó también (por fortuna) lecturas y libros nuevos y creativos, y, especialmente una lista enorme de tareas con respecto no solo al avance de la comprensión histórica del periodo sino al compromiso con una vida pública de la historia mucho más activa de lo que los historiadores nos hemos atrevido a reconocer.
Este espacio de Historias en público ha surgido precisamente de tal interés y por eso estas líneas no tienen como objeto desafiar algún lugar común sobre el Florero, rescatar uno u otro aspecto dejado de lado, enfatizar el carácter de proceso de estos eventos, o resaltar su enorme riqueza y complejidad. Para tal tarea este espacio mismo ha sido diseñado, y varios de los colegas que me han precedido han desarrollado con cuidado en las columnas variadas de este espacio, que bien ayudan a componer una imagen de conjunto, siempre aproximada y escindida –como la comprensión histórica misma– de las rupturas monárquicas y las emergencias de nuevos órdenes políticos.
Y es que en tiempos de incertidumbre, como los que corren, volver a las historias posibles y a las historias venideras nos ha de ayudar a pensar en conjunto acerca de “los perjuicios y utilidades de la historia para la vida”, al decir de Federico Nietzsche. Por eso, más bien, en lo que resta dejo a continuación este decálogo a medias, este puñado de palabras sobre la historia. Ojalá y para algo sirva en el ejercicio de volver sobre la vida pública de la historia y aliente a recordar que la comprensión histórica no solo debe animar la revisión de eventos puntuales y desafiar cómodos lugares comunes, sino que es un poderoso elemento de lectura crítica de nuestro presente.
0. La historia no es un manual de instrucciones ni la celebración de la sucesión de nuestros pasados de oro extraviados. Tampoco es compendio de lo que no sirve, de lo que no ha funcionado. No es "útil", y no debería pretender serlo en el sentido que se le endilga a la expresión. Es, por otro lado, fundamental, esencial para la vida. Ayuda a comprender por qué, cómo y quiénes, pero no es oráculo ni pitonisa. Médium hasta de pronto, para entablar diálogos siempre aproximados con los fallecidos y con lo acaecido.
1. La historia dibuja posibilidades. Las historias ayudan a cuestionar nuestro presente, a desnaturalizar aquello que consideramos apacible, estable y normal. Han de tener la vocación de, en algo, ser incómodas, reveladoras, tensas. De ser “puente y puerta”, como dice Georg Simmel, de complejos humanos.
2. La historia no es líneal, se parece más a una excavación arqueológica de capas de experiencia humana en un transcurrir. No puede confundirse la sucesión de años calendario con la comprensión histórica de seres humanos en el tiempo. El pasado no existe sino desde el presente que lo invoca. Faulkner, hace muchos años lo dijo: “el pasado no está muerto. No es, ni siquiera, pasado”.
3. La historia no explica. Tampoco resucita. Busca comprender nudos de experiencias en entramados humanos complejos, contradictorios, multisituados y multifacéticos.
4. La historia no es un acervo inútil de conocimientos. Es pensamiento en la acción de un transcurrir, dibujo incompleto pero siempre riguroso de nudos humanos. Forja capacidad para mirar críticamente, no acumula excentricidades fácticas.
5. A los seres humanos muertos, así como a los vivos, hay que mirarlos a los ojos con respeto y humildad, seguros de que hay algo que de ellos nunca podremos comprender. Con esto, como exploración rigurosa e incierta de nudos humanos, de contingencias hechas causa y necesidad, ahí sí, quizá, sirve. Como forma de reflexión, como recuerdo de un transcurrir humano, como capacidad crítica para mirar el presente e iluminar, quizá, opciones de nuevos futuros.
¿Ayuda la historia? Sí. Y hasta terapéutica puede ser. No para imaginar lo correcto, la imagen perfecta, acabada de un conjunto humano. Recuerda posibilidades humanas, restituye incertidumbres, luchas, seres humanos situados, que pueden arrojar luz sobre nosotros hoy, y sobre nuestros futuros pasados –como lo recuerda Reinhart Koselleck–. Pero no nos vayamos tan lejos, que para sabios tenemos muchos por estas tierras. Decía Gonzalo Arango sobre la obra de Fernando González que la vida –y yo creo que la historia– “no es un sueño, es un viaje: un viaje a pie. Y para viajar hay que estar despierto, ¿no?”.
Franz Hensel
Profesor de la Universidad del Rosario

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