Da pena hacer de Casandra, pero en ocasiones es inevitable. El país merece mucho más que las frases de cajón y la pobreza de argumentos de los candidatos en los debates presidenciales en los que el tuerto se paseaba como rey. Y porque sorprende cómo se celebra y ciertos sectores respiran con alivio por los resultados del domingo.
Como si nada hubiera ocurrido; como si solo hubiera consistido en un cambio de fusible por un negociante de discurso extravagante e irresponsable. O este es un país que se pega de un clavo caliente o uno que comparte la altanería y desprecio que en ocasiones destila. O tal vez ambas, porque, infortunadamente lo reitero, vamos camino al cadalso.
En primer lugar, lo del domingo es comparable a la hecatombe de Acción Democrática y Copei en las elecciones presidenciales de diciembre de 1998 en Venezuela. Si bien conservan los vestigios, merced a la burla a la ley de garantías promovida desde el Gobierno y a la separación de las elecciones presidenciales y de Congreso, que no se confíen que ya les tienen listo el epitafio.
En segundo lugar, claro que elegir a Petro significaría caer en manos de auténticos fabricantes de pobreza y entregar metros de soga a los radicales para el ahorcamiento de los empresarios y ‘los ricos’. Un populismo de sedimento violento que se viste de frac para la ocasión. Todo un peligro. Pero semejante lío no se resuelve con el desespero de encuestadores y menos con las cuentas del lechero, según las cuales el gran perdedor fue Petro por la sumatoria del 28,1 por ciento de Hernández, el 23,9 de Gutiérrez y el 1,3 del cristiano Rodríguez.
Sería insólito cifrar esperanzas en un candidato como Hernández, del que no conoce ni una línea programática
Tal vez se les olvida que, aunque pierde en general en la zona andina y nororiental del país, donde el electorado participó masivamente, el candidato del Pacto Histórico hizo avances importantes en Antioquia, Caldas, Cundinamarca, Huila y Tolima y, ni se diga, en Risaralda y Quindío, donde ganó. Le podría bastar mejorar ligeramente esos guarismos y profundizar su ventaja en la costa Caribe, donde la participación fue muy baja, en la región Pacífica y Bogotá para revertir los dos millones de votos por los que perdió en 2018.
En tercer lugar, sería insólito cifrar esperanzas en un candidato como Hernández, del que no conoce ni una línea programática; solo un tuit y muchos disparates. Del que no sabe con quién gobernará y tan vulnerable que lo tienen que esconder de los debates, pero también deberán hacerlo de las entrevistas para que no repita el desastre del miércoles en La W. Pero, sobre todo, por tantos escándalos de corrupción que lo convertirían en una bomba de tiempo.
Por la presunción de inocencia y lo espontáneo de su respaldo, dije en mi columna pasada que un eventual triunfo suyo lo revestiría de gran legitimidad. Claro que después de leer el cúmulo de pruebas e indicios que han aflorado en los últimos días, no cabe duda de que es un caradura que terminaría peor que el ‘Loco’ Abdalá Bucaram, destituido por el Congreso ecuatoriano por incapacidad mental en 1997.
No es solo Vitalogic o el contrato para el cobro a las empresas de telefonía con antenas en Bucaramanga y varios otros. Es que, además, es contundente la resolución 125 de noviembre de 1994 de la Procuraduría, que lo destituyó como concejal de Piedecuesta en el periodo 1990-1992. En 1991, actuando como gerente de su firma constructora, suscribió un contrato de obra por impuestos con el municipio, con el agravante de valerse de un acuerdo municipal que fue aprobado para favorecer sus intereses.
En cualquier caso, el país está en una sin salida. Si ganara Rodolfo Hernández, el problema de gobernabilidad puede ser mayúsculo. Aun y si lo actuado en el caso Vitalogic pasara a la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes, sería imposible que el antejuicio político no termine en un debate público con el arsenal probatorio existente. A menos que ciertos sectores piensen que Hernández no es el hombre, pero que servirá para inventarse un recambio en cuestión de meses.
Pero ese sí que es otro cálculo que también puede terminar en las cuentas del lechero porque puede ser peor el remedio que la enfermedad.
JOHN MARIO GONZÁLEZ