Uno de los factores más importantes para vivir armónicamente en sociedad es la comprensión del otro tal cual es. En ese esfuerzo, la juventud es un grupo poblacional muy especial, que hoy necesita de ese reconocimiento.
A la hora de tratar de entender a los jóvenes de hoy hay tres aspectos que marcan la diferencia: 1) las nuevas generaciones tienen una valoración del tiempo distinta de la que teníamos las previas; 2) viven en dos dimensiones simultáneamente: la real y la virtual; y 3) su nivel de compromiso con el entorno y el planeta es mucho mayor.
Frente al primer aspecto, hay dos cosas que cabe resaltar. Por un lado, los jóvenes les dan más relevancia al tiempo y a lo que pueden hacer con él que al dinero. Con la decisión de trabajar se presenta un intercambio entre ocio por consumo (tiempo por plata). A mayor tiempo trabajado, mayor cantidad de dinero recibida. Las generaciones anteriores solíamos valorar más el dinero que el tiempo. Con los millennials y centennials, esa valoración se invirtió. Tanto es así que, a la hora de escoger un trabajo, ponen por encima de la remuneración el impacto que pueden generar, el propósito del sitio donde van a trabajar y la flexibilidad horaria que van a tener. Muy pronto, los jóvenes de hoy se van a convertir en la mayoría de la población económicamente activa y, en tal sentido, lo más probable es que, para lograr retener el talento, sea el sector privado el que se tenga que ajustar a esta nueva realidad.
La comprensión desde las posibilidades, por su parte, nos hace conscientes de que estamos ante una población con una sensibilidad, un alcance global y una fuerza transformadora nunca antes vista.
Asimismo, con el tiempo ha surgido otra situación que antes no conocíamos: la inmediatez. La vida virtual hace que podamos conseguir casi todo lo que necesitamos con un clic, por lo que los jóvenes carecen de paciencia para resultados no inmediatos. Si bien se les dijo que podían hacerlo todo, paradójicamente, no se les puso suficiente énfasis en la idea de que para recoger frutos hacen falta tiempo y esfuerzo.
En segundo lugar, han tenido una vida completamente atravesada por las pantallas, lo que ha hecho que esta ocurra de manera simultánea en dos dimensiones: la real y la virtual. Elevando su nivel de alcance, pero también debilitando sus habilidades socioemocionales y empobreciendo su capacidad para construir relaciones sociales y afectivas cercanas con otros.
El tercer elemento es el nivel de compromiso. Para las generaciones anteriores, la responsabilidad era con el círculo más cercano: padres, hermanos, parejas, hijos, etc. Hoy, el pensamiento de los jóvenes es más universal desde el punto de vista humano y su compromiso es con el planeta y con la humanidad en general. Impresiona que haya causas comunes que los mueven por igual, indistintamente del país donde nacieron, como el cambio climático y la igualdad. Tienen un nivel muy elevado de conciencia frente al globo, que ven como un recurso común, donde todos cabemos y corresponde a todos cuidarlo. Asimismo, son muy sensibles a los asuntos de equidad, tanto desde el punto de vista de derechos, levantando la voz en contra de todo tipo de discriminaciones, exclusiones e injusticias, como en función de cerrar brechas.
Una manera de ver a este grupo poblacional es desde la diferencia. Otra es desde las posibilidades. El primer enfoque nos lleva a un sendero de choques intergeneracionales, y se basa en la pretensión de que sea el otro quien cambie. La comprensión desde las posibilidades, por su parte, nos hace conscientes de que estamos ante una población con una sensibilidad, un alcance global y una fuerza transformadora nunca antes vista, que debemos aprovechar para beneficio de todos. El punto no es si estamos o no de acuerdo con su forma de pensar, sino si somos capaces de obtener lo mejor de ella.
JULIANA MEJÍA