El expresidente Trump es hombre hábil. Ha sido capaz de construir un exitoso conglomerado empresarial. Hoteles, canchas de golf, redes sociales y revistas constituyen su telaraña, valorada por ‘Forbes’ en 6,5 millardos de dólares. Retó a las redes más poderosas, entre ellas la X, de Musk, magnate con patrimonio de 223 millardos, y la TikTok, del chino Zhang, él avaluado en 44 millardos. Aunque los números no son comparables, Trump ha tomado, como los otros dos, malas y emocionales decisiones que le han costado mucho dinero, especialmente a Truth Social, Verdad Social, red creada cuando peleó con Twitter y su dueño. La enemistad no duró. Ahora Musk entrega X a Trump como su red oficial. Privilegios de propietario y seguidor.
Últimamente Trump ha sostenido que EE. UU. necesita un presidente que sepa cómo ganar dinero: “Ese soy yo, porque he ganado muchísimo”. En su capacidad empresarial finca la única fórmula para evitar una guerra nuclear: “Soy amigo de Kim en Corea del Norte y de Xi. Hasta hemos cenado juntos”, declara. China se preocupa.
En Rusia, ahora contrainvadida con éxito, Putin necesita el triunfo de Trump. Con él puede consolidar sus aires imperiales y salirse con la suya en Ucrania, el Báltico y África, amén de Venezuela, donde estaría por verse cómo manejaría el expresidente, de la mano de Musk, la injerencia rusa y china.
Con Biden retirado de la campaña y dedicado a gobernar, Trump se las tiene que ver con la actual vicepresidenta de EE. UU., la indoafroamericana a quien la totalidad del establecimiento demócrata, incluido el renunciante, ha extendido total apoyo. Para sorpresa de Trump, Kamala Harris viene subiendo como espuma al consolidarse su candidatura oficial. Al punto de que la campaña republicana parece desorientada y tomada por sorpresa.
Trump desprestigió la edad de su oponente, pero contando con que no renunciaría. Pero Biden, presionado, puso por encima de su vanidad personal los intereses de su partido y de los EE. UU., saliendo de la contienda como el líder generoso que se desprendió de toda arrogancia y dio su país y a su colectividad la oportunidad, imposible hace una década, de elegir una mujer, negra, hija de inmigrantes negros e indios, menor de sesenta, para dirigir la Unión Americana.
Para sorpresa de Trump, Kamala Harris viene subiendo como espuma al consolidarse su candidatura oficial. Al punto de que la campaña republicana parece desorientada y tomada por sorpresa
Trump se metió con los orígenes de Harris, acusándola de convertirse en negra por oportunismo. Le costó al caucásico anciano dejar de puntear en las encuestas, hoy lideradas por ella, sin que aún se pueda decir con certeza que ganará. Se burla de su nombre. También la llama loca, bruta y, como a Hillary Clinton en su momento, “mujer desagradable”, en contra de la evidencia de una candidata ágil, sonriente y empática que ha enamorado a la juventud. Harris ha atacado el problema económico fundamental, la alta deuda de la clase media, y propone hacer 3 millones de casas, para bajar precios y arriendos. Equivocadamente propuso controlar los precios de los alimentos.
Trump está condenado por abuso sexual y falsear libros para comprar el silencio de sus víctimas. Harris, como antigua fiscal de California, dice que conoce muy bien a los felones tipo Trump. Interesante ver la reacción de los votantes a los debates entre una fiscal y un reo convicto. La campaña republicana se siente insegura e indecisa, no obstante la ñapa del fallido atentado ótico sufrido en Pensilvania.
Pesará la elección de una mujer progresista en México: con cifras conservadoras, hay 20 millones de votos mexicanos en EE. UU. y otros tantos de los demás latinos.
Un viejo se dedicó a atacar a otro por su edad. La salida de Biden no fue un siniestro: produjo con Harris una sensación de renovación y el republicano quedó de catano. Es un rijoso judicial, algo golpeado en su aspiración.
Sube la empatía natural de Harris y no la inteligencia artificial y antipática de Trump. La convención demócrata la mantiene en primera plana, para furia de su oponente todavía con el vicio madurista de desconocer las elecciones.
LUIS CARLOS VILLEGAS