Hace pocos días se publicó un libro titulado The Center Must Hold (El centro debe aguantar), editado por Yair Zivan y con contribuciones de figuras como Michael Bloomberg y Tony Blair, entre muchos otros autores de todas las regiones del mundo. La tesis central de los más de 30 ensayos comisionados para el volumen es que las democracias están siendo destrozadas por el extremismo y la polarización. Hacer frente al ataque que está padeciendo la democracia liberal es uno de los grandes desafíos globales del momento.
El volumen incluye un capítulo que Eduardo Levy Yeyati y yo escribimos sobre el futuro de la democracia liberal en América Latina, hoy bastante amenazada por los populismos de izquierda y derecha. En nuestra región es notoria la incomodidad de los populistas con la división de poderes, los derechos de las minorías y la búsqueda de acuerdos. Por ello son más propensos a los referendos políticos, que se convierten en un atajo que conduce de la democracia hacia el autoritarismo.
Los colombianos ya conocemos de primera mano esta forma de hacer política. Su sello distintivo es etiquetar a los opositores como enemigos y traidores, y dividir la sociedad entre nosotros y ellos –el cambio vs. las élites mafiosas, los oprimidos vs. los opresores–. Es el nuevo lenguaje de la política, y seguramente hoy en la instalación de las sesiones del Congreso escucharemos más de lo mismo en boca del Presidente. La idea de cambiar la Constitución para “facilitar” la implementación de los acuerdos de paz, cuando las intenciones son otras, es otra expresión del mismo fenómeno.
La pregunta, entonces, es si en Colombia podemos restaurar la política de moderación, el uso de la evidencia y la llamada tercera vía.
El problema del centro, dice Zivan, es que parece carecer del coraje de sus convicciones y de la pasión y la intensidad que sí muestran sus rivales más extremos. Yo agregaría que no hay ninguna razón para que los centristas sean tibios o dubitativos. Todo lo contrario.
Los valores del centro –como la importancia de la moderación, el pragmatismo, la aceptación de la complejidad– pueden defenderse con mucha más firmeza y convicción que las posiciones simplistas de los extremos. ¿Cómo no defender las ideas de quienes buscan un equilibrio entre la seguridad social y el mercado, entre la globalización y las necesidades de las comunidades locales, entre los derechos civiles y la lucha contra el crimen? De eso se trata la política: de construir consensos entre quienes piensan diferente.
Pero no nos llamemos a engaños: el atractivo del populismo es fuerte. Frente a problemas complejos, muchas personas prefieren las promesas simples. Además, el electorado quiere posiciones firmes que demuestren carácter y decisión. Ahí radica el desafío del centro: ofrecer respuestas sólidas en lo intelectual y capaces de mover la aguja emocional.
La pregunta, entonces, es si en Colombia podemos restaurar la política de moderación, el uso de la evidencia y la llamada tercera vía. No creo que esto sea posible si el retorno al centro se percibe como un medio para revitalizar una “clase política” cada día más desprestigiada. O, dicho de otra forma: para que sobrevivan las políticas de centro –que han sido exitosas– se requiere una nueva generación de políticos dispuestos a romper con las prácticas de corrupción, nepotismo y clientelismo que durante tanto tiempo han caracterizado nuestra política.
Además de un cambio en sus hábitos políticos, la política centrista debería dejar atrás la pasiva distribución de transferencias monetarias ahora llamada “renta ciudadana” y concentrarse en políticas que impulsen el trabajo, la formación y el a servicios estatales de calidad.
La causa no está pérdida. El año pasado, en Polonia una coalición de partidos de oposición de centroizquierda, centro y centroderecha derrocó a los populistas de derecha. En Grecia, Mitsotakis desbancó a los populistas de izquierda, y un Partido Laborista moderado arrasó en el Reino Unido.
Caer en la ruina democrática es un peligro real. Si una crisis es también una oportunidad, estamos ante la oportunidad del siglo de reescribir el centro político, que es la columna vertebral de las democracias liberales occidentales.