La política migratoria de Estados Unidos ha pasado por diversas fases a lo largo del tiempo, con algunas constantes. Históricamente ha favorecido la inmigración caucásica de Europa, se ha flexibilizado en diferentes momentos para dar refugio a personas que huyen de la guerra y la violencia, y casi siempre ha mantenido canales abiertos para atraer la inmigración de personas educadas. Sin embargo, desde mediados de la década de los ochenta, se ha endurecido y el endurecimiento se ha intensificado con el tiempo.
En 1996 aumentan las penas por entrada ilegal, se crea la detención obligatoria para muchas clases de personas no ciudadanas y se expeditan los procesos de deportación. También se crean barreras a la obtención de permisos de trabajo por la vía legal para los inmigrantes ilegales. Hasta ese momento es difícil encontrar un patrón claro que conecte la migración neta hacia los Estados Unidos con la política migratoria del país. Pero las barreras regulatorias a la inmigración ilegal promulgadas ese año y los años siguientes parecen surtir el efecto de reducir la migración hacia ese país al menos hasta 2002. Entre 2002 y 2010, la inmigración neta se mantiene alrededor de un millón de personas por año, y luego vuelve a aumentar y tiene un pico en 2016 –el aumento coincide en el tiempo con desarrollos normativos dirigidos a extender ayuda a los inmigrantes ilegales que llegaron al país siendo niños–. Y entre 2017 y 2019, con las políticas de Tolerancia Cero y Permanecer en México del gobierno Trump, la migración neta hacia Estados Unidos vuelve a caer. La primera es la política que resulta en la separación de padres e hijos en la frontera entre México y Estados Unidos, que causó horror entre la ciudadanía de ese país y en el mundo. La segunda es una norma vigente, por la cual quienes buscan asilo en esa frontera deben permanecer en México hasta que su situación se resuelva.
Quién sabe cuántos poetas como Javier Zamora se mueven hoy por los corredores migratorios de toda la región.
América Latina y el Caribe (ALC) pasó de albergar 7 millones de migrantes en 1990 a tener una población migrante de casi 15 millones en 2020, tres cuartas partes de la cual corresponde a migración de personas entre países de la región. La intensificación de la migración intrarregional en ALC tiene que ver con el éxodo de la población venezolana desde 2015, pero también con el endurecimiento de la política migratoria en Estados Unidos. Aunque los migrantes de ALC representan cerca de la mitad del total de la población migrante en ese país, esa proporción viene en descenso desde 2010.
Hace unas semanas leí Solito, la memoria escrita por Javier Zamora, poeta salvadoreño que migró a Estados Unidos a los 9 años para reencontrarse con sus padres. Su familia organizó su viaje y él migró solo solito, en un viaje que se extendió ocho semanas, para entrar ilegalmente a Estados Unidos en 1999. Consiguió hacerlo después de varios intentos y con la ayuda de otros en el camino. Zamora recupera su viaje desde la voz del niño marcado para siempre por las experiencias del dolor y el miedo, pero también de la valentía, el coraje y la generosidad de extraños. El libro es conmovedor y está escrito de una manera preciosa. Lo traigo a cuento porque es por excelencia la historia de la migración latinoamericana. La historia de personas que deben abandonarlo todo para armar vidas nuevas, yendo hacia lo desconocido. Personas que son inmensamente fuertes, pero también inmensamente frágiles, porque dependen críticamente de la generosidad de gobiernos y ciudadanía en países ajenos, para acogerlos y darles la oportunidad de vivir con todo su potencial. Quién sabe cuántos poetas como Javier Zamora se mueven hoy por los corredores migratorios de toda la región.
MARCELA MELÉNDEZ