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Elogio del ocio

No necesitamos estar conquistando el mundo. A veces hacer lo correcto es no hacer nada.

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Escribo estas líneas un domingo en la tarde, cuando todos sentimos que tenemos el permiso bíblico de no hacer nada, pero es probable que ustedes las lean el lunes, día de remangarse la camisa y ponerse manos a la obra. Mi oficio, en cambio, va mucho mejor con el séptimo día, cuando no se oye el bullicio de la ciudad subiendo en un solo zumbido hasta mi oído para hacerme sentir culpable de no estar allá afuera moviéndome de un lado a otro como las hormigas cuando recogen el cadáver de un insecto. Por lo contrario, los lunes me doy palo por querer estar siempre leyendo, escribiendo o intentando procrastinar para no enfrentarme a la página en blanco escribiendo otra cosa que no es la que tengo que entregar para que me paguen, porque eso no es trabajar.
Es curioso que todas esas actividades lúdicas que los niños hacen son las que, a quienes las seguimos practicando cuando viejos, nos hacen acreedores de ser llamados artistas: jugar, pintar, colorear, escribir y leer cuentos. Los demás adultos están demasiado ocupados produciendo. Es toda una paradoja que nos elogien con semejante mote, pero que también nos excluyan así de pertenecer al grupo de los adultos serios, que no se ponen con esas pendejadas.
Los adultos serios y ejemplares se parecen a Uribe. En nuestro país ha hecho mucha mella la frase favorita del expresidente, que se ufanaba de no descansar nunca: ‘Trabajar, trabajar y trabajar’. Cuando llamo por teléfono a alguien y le pregunto ‘¿qué ha pasado?’, la mayoría contesta con orgullo que ‘mucho trabajo’. Es como si la única manera digna de vivir fuera el trabajo.
Paremos ya de glorificar el trabajo en exceso. Entiendo que en el hacer está el gran propósito de nuestras vidas, sin duda, pero los invito a que reflexionemos bien qué es eso a lo que llamamos trabajar. ¿Es estar calentando la silla de una oficina en frente de un computador? ¿Es asistir a dos mil reuniones para discutir eso que tenemos que hacer, pero que no alcanzamos a hacer precisamente por vivir en una suerte de reunión perpetua? ¿Cuándo descansamos, cuándo pensamos, cuándo paramos para que nuestras cabezas y nuestros cuerpos funcionen mejor?
Como explicarle a cualquiera que no sea escritor que para nosotros trabajar es incluso estar en piyama mirando por la ventana. Traigo a colación la anécdota de un gran ejecutivo y gestor público que, al llegar a ocupar un alto cargo en una organización prestante en Washington, recibió un llamado de atención de su jefe, que le prohibió quedarse hasta más tarde y le explicó que trabajar de más no lo hacía ver como alguien ejemplar, sino poco eficaz y un tanto obsesivo, y que a su organización le interesaba que sus empleados tuvieran una vida más allá del trabajo para que fueran felices. Al parecer, en otras latitudes nadie se ufana de trabajar en demasía porque se entiende que la vida la componen muchas otras cosas.
Antes de que la pandemia del coronavirus llegara a cambiar nuestras rutinas, ya tenía planeado escribir sobre este tema, porque me parece de gran antiayuda que nos sigan haciendo creer que lo único que dignifica la vida es el trabajo. En yoga he aprendido que cuando hago una postura de mucho esfuerzo, esta debe venir seguida de la bien llamada savasana, que es la postura de la vaca muerta porque es en esta postura en la que realmente se reciben todos los beneficios del trabajo hecho con los demás estiramientos, torciones y ejercicios. Por eso mi invitación hoy es a no hacer nada a veces.
Nos cae como anillo al dedo que estemos siendo llamados a ralentizar nuestras vidas y a quedarnos en la casa para honrar al ocio y darle el lugar que se merece. Las personas que conocemos el valor del ocio no tenemos miedo de soportarnos a nosotros mismos ni de aceptar que en el fondo todos estamos solos, aunque nos acompañemos en nuestras soledades. Solo quienes saben aburrirse sin desesperar van a poder hacer llevadera la cuarentena en sus casas, y enseñarles a sus hijos que en la calma y la quietud también hay gozo. No necesitamos estar conquistando el mundo. Hay situaciones en las que hacer lo correcto es no hacer nada. Esto me lo enseñó una amiga con la que me llevé muy mal recién nos conocimos, pero a la que le he aprendido muchas cosas después de un buen tiempo (su nombre empieza con depre y termina con sión). Les transmito su mensaje: no hacer nada también está bien. ¡Qué viva el ocio!
Margarita Posada J.

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