Adaptación novelesca e investigativa de crímenes sistemáticos cometidos hace cien años contra una riquísima comunidad indígena y petrolera de Oklahoma. Distinguido por su virtuosismo narrativo, estilos históricos contundentes y exploraciones de la ultraviolencia en círculos mafiosos y delictivos, Scorsese gusta de recrear la vida interior de antihéroes y perfiles humanos contradictorios frente a conductas antisociales que corroen a sus protagonistas para exponerlos a sufrimientos y redenciones de culpa.
Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon, 2023). Ambiciosa producción de un drama socioeconómico y familiar de características tanto épicas como trágicas, con elementos propios del thriller judicial. Porque más allá de la discriminación racial contra la población indígena estadounidense, se aborda el aberrante capítulo del exterminio de una minoría étnica —la Nación Osage—, enriquecida por yacimientos petroleros y amenazada por oscuros intereses monetarios de dirigentes blancos republicanos.
Partiendo de una extraña cadena de presuntos suicidios y accidentes fatales, se abren las pesquisas del etnocidio fríamente calculado por posesión de tierras y progresiva aniquilación de ricos, aunque vulnerables pobladores. Fue, además, el primer caso emprendido por el FBI (Federal Bureau Investigation), hacia 1920, bajo el liderato de su fundador, J. Edgar Hoover.
Es la codicia sin escrúpulos, más que la violencia o el uso irracional de la fuerza física, el móvil que arrastra a sus dos protagonistas blancos a una estrategia sentimental diferente para hacerse con fortunas incalculables. En efecto, un ambicioso propietario y filántropo inescrupuloso se gana la confianza de una comunidad tradicional excluida del poder económico —personificado por su habitual y creíble octogenario Bob de Niro— y le aconseja a su sobrino advenedizo conquistar el corazón de una heredera sobreviviente y planear fríamente su eliminación. Como en una tragedia griega antigua, aquí los destinos inexorables se enarbolan sobre damas ataviadas con elegantes mantas tribales.
Para destacar la vena dramática en ángulos faciales del ambiguo y versátil papel actoral de Leonardo DiCaprio, el rostro impenetrable y silencioso de una víctima local encarnada por Lily Gladstone, los grandes angulares y primeros planos del fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto —por cuarta vez le ilumina al maestro—, el fresco multicolor de tradiciones vernáculas y un espectro nunca antes explorado del racista sistema social en referencia.
Calles peligrosas (Mean Streets, 1973). En el subgénero de la violencia urbana, una mirada realista y cotidiana al bajo mundo neoyorquino en donde proliferan asaltos a mano armada y riñas callejeras. Dos hermanos de la marginada Little Italy sobrellevan la crudeza del entorno que golpea sin misericordia y perturba sus conciencias.
Taxi Driver (1976). Retrato de una ciudad enfermiza (Manhattan, Nueva York) vista por los ojos esquizofrénicos de un chofer nocturno. Travis (De Niro), personaje enajenado, cómplice mudo de sórdidos malestares y vibraciones infernales, con reacciones insólitas que generan una metamorfosis de signos apocalípticos y conflictos morales de índole autodestructiva.
Toro salvaje (Raging Bull, 1980). Poseído por la desesperación, un excampeón mundial de boxeo golpea con brutalidad las paredes de una oscura celda hasta maltratar su propia figura. Años atrás, Jake LaMotta desataba impulsos asesinos sobre sus contendores y soportaba la horrible sensación de exhibirse frente al público con su rostro ensangrentado.
Buenos muchachos (GoodFellas, 1990). Confesión rendida por el miembro de una organización delictiva de Brooklyn, con gánsteres de orígenes italiano e irlandeses que amasaron considerables fortunas en robos a mano armada y tráfico aéreo de drogas. Asesinatos a sangre fría, ajustes de cuentas y otras conductas criminales de naturaleza inequívoca, en esta pieza maestra irrefutable.
Cabo de miedo (Cape Fear, 1991). Sicodrama de terror y suspenso al turbarse la tranquilidad de una familia compuesta por abogado, esposa e hija adolescente. Recovecos mentales y justicieros de un exconvicto y sicópata declarado que se ensaña contra quienes anhelan vivir en paz —versión del clásico de 1962—.
Casino (1995). Dinero, placeres y corrupción en Las Vegas. Ajustes de cuentas, asesinatos a sangre fría, ejecuciones por traición y otras artimañas provenientes de crónicas judiciales recopiladas por Nicholas Pileggi. Ascenso y apogeo, crisis y caída de un antihéroe del sueño norteamericano que juega peligrosamente entre dos bandos.
Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2003). Pasado violento, sucio y desestabilizador, con fuerzas sociales polarizadas a mediados del siglo XIX: ciudadanos anglosajones y protestantes enfrentados a irlandeses católicos. Líder carnicero (Day-Lewis), ladrona callejera (Cameron Díaz) y huérfano vengativo (DiCaprio). Se mantiene una particular predisposición para recurrir al uso irracional de la fuerza como mecanismo de defensa.
Los infiltrados (The Departed, 2006). Retoma una vena decididamente criminalista y expone la camuflada esencia sanguinaria de las mafias irlandesas. Siniestras atmósferas citadinas y personajes situados en el marasmo y la duplicidad de papeles. Cuando un policía trabaja para el bando enemigo, bien podría tratarse de un sucio traidor o de un astuto infiltrado.
El irlandés (The Irishman, 2019). Crimen organizado y mafia sindical recorridos por un sanguinario bandido treinta años después retenido en geriatría. Desaparición del temido sindicalista Jimmy Hoffa y tentáculos del clan Kennedy; misiles soviéticos y frustrada invasión a Cuba, magnicidio en Dallas y fiebre anticomunista. Robert de Niro (antihéroe), Joe Pesci (eslabón siciliano) y Al Pacino (líder camionero).
MAURICIO LAURENS