De intelectuales, académicos, maestros y artistas uno esperaría un debate tranquilo y argumentado, con trato respetuoso entre personas que piensan diferente. Decir que la paz se construye sobre la solución de los conflictos y no sobre su exacerbación parecería una verdad de Perogrullo.
Sin embargo, vivimos lo contrario. Algunos pensadores y artistas están llevando a extremos el lenguaje agresivo, la ofensa y la descalificación. El irrespeto se convirtió en un acto moral y en una virtud de la inteligencia. Mientras mayor sea la ofensa, más orgullo (y más likes se reciben). Esa exaltación de la agresividad parece ser lo que hay de común entre los campamentos adversarios (además de la convicción de que no hay ‘simetría’ en las descalificaciones; las propias son legítimas; las del otro, no).
Se podría escribir un manifiesto invitando al pensamiento tranquilo, aunque sea crítico. Ese manifiesto imaginario tendría que ser fuerte y emotivo. Uno de sus párrafos diría algo así:
‘Abdicando de la inteligencia, y sometiéndose voluntariamente al rencor, ustedes, intelectuales y artistas, están añadiendo odio a las relaciones de la gente. De las fuentes de su conocimiento, memoria, e imaginación se han puesto a rebuscar las razones, antiguas y nuevas, científicas, históricas y políticas, para acrecentar el odio. Se han esforzado en destruir el entendimiento entre la gente. Han desfigurado, contaminado y degradado el pensamiento, del que debían sentirse representantes orgullosos, para convertirlo en instrumento de los intereses de camarillas políticas. Su orgullo y vanidad no promueven mejores soluciones, sino la destrucción mutua’.
Posiblemente muchos de los pensadores y artistas a quienes se dirige este manifiesto imaginario reaccionarán con desprecio y burla. Les parecerá simplista y extraordinariamente ‘tibio’; el producto de quien no se compromete con los grandes cambios y que, declarándose progresista, en realidad es un soterrado activista del campamento contrario. Como ha sucedido muchas veces en las redes, unos me llamarán mamerto y los otros, castrochavista, y en los dos casos, enclosetado e hipócrita.
A quienes han llegado hasta este punto en la lectura debo aclararles que el párrafo no lo escribí yo. Es una transcripción muy aproximada, cambiando pocas cosas para disimular el lugar y el tiempo, de fragmentos de la que en francés se llamó ‘Declaración de la independencia del espíritu’ y se tradujo al inglés y al alemán como ‘Declaración de la independencia de la mente’. Esas palabras fueron escritas por el premio Nobel de literatura Romain Rolland en 1919, unos meses después de la Primera Guerra Mundial, y se dirigían a los intelectuales europeos de la época, que en lugar de promover un espíritu de conciliación y de paz se dedicaron a exacerbar los odios. No sería justo llamar tibio a Rolland. Fue un comunista decidido, lo tildaron de embajador de la intelectualidad sa ante Stalin, de quien fue amigo personal (aunque supo separarse de él cuando ya nadie decente podía ser su amigo). A pesar de su posición política clara, mantuvo el respeto por el diálogo y la discusión argumentada entre la gente. El manifiesto fue firmado y difundido por decenas de intelectuales, entre quienes se encontraban, por ejemplo, Albert Einstein, Herman Hesse, Heinrich Mann, Bertrand Russell, George Matisse, Upton Sinclair, Rabindranath Tagore, Israel Zangwill y Stephan Zweig.
No es nada nuevo eso de creerse dueño de un pensamiento superior por el ingenio y la rapidez en criticar y descalificar a los otros, aunque la mente realmente independiente se reconozca más por la capacidad de criticarse a sí misma. El verdadero pensamiento crítico está dispuesto a escuchar y controvertir con modestia, sin ofender.
Moisés Wasserman