La paranoia durante muchos años fue síntoma de un trastorno mental severo. Era el diagnóstico de individuos que tenían la firme convicción de que otros, en forma organizada, estaban empeñados en hacerles daño. Los paranoicos, muchas veces perfectamente funcionales en otros campos, eran capaces de imaginar complots extraños involucrando extraterrestres, o brujos, que ejercían acciones a distancia y usaban los métodos más absurdos imaginables para dañarlos.
Los pasados 200 años esa era la imagen, pero últimamente las cosas han cambiado (según leo en un artículo reciente). Muchos psiquiatras denominan hoy esa paranoia clásica ‘trastorno delirante’ y la paranoia común se ha convertido en una condición frecuente, dentro de un espectro diverso. En estudios amplios llevados a cabo por grupos de la Universidad de Oxford se estima que el 15 % de la población puede experimentar, con alguna frecuencia, temores irracionales de persecución y complot.
Esto es un motivo de gran preocupación, porque quiere decir que, con alta probabilidad, entre los líderes de la sociedad se van a colar personas con manías, y que ven enemigos y perseguidores donde probablemente no los hay. Más grave aún, habrá quienes usen la paranoia de los otros para lograr objetivos políticos. Un ejemplo clásico fue Felipe el Hermoso, en su lucha contra la orden de los caballeros templarios. Era una orden monástica y militar católica con gran poder durante la Edad Media y Felipe inventó el cuento de que tenían prácticas secretas como sodomía, pederastia, adoración a Satanás y hechicería. En una sola noche acabó con todos los templarios en Francia.
Se estima que el 15 % de la población puede experimentar, con alguna frecuencia, temores irracionales de persecución y complot.
La narrativa de la paranoia no es complicada (por más imaginativa que sea). Debe tener un villano escondido que hace el mal, sus víctimas ignorantes y oprimidas, y un héroe que lo desenmascara y lo combate. Hay una relación muy cercana, casi siempre una superposición, entre la condición paranoica y la construcción de teorías conspiratorias. El paranoico a veces puede estar solo frente a los imaginarios malvados; las conspiraciones, en cambio, son contra un grupo.
Hay quienes usan el espectro amplio de paranoias para difundir teorías conspiratorias totalmente absurdas. Se necesita realmente sufrir de paranoia para creer en ellas. La más clásica, Los protocolos de los sabios de Zión, describe un supuesto complot judeo-masónico para dominar el mundo, y todavía se encuentra en algunas mesas de ‘novedades’ de las librerías, aunque se sabe, a ciencia cierta, que fue escrito por la policía secreta del Zar. Hannah Arendt describe bien la conspiración de las ‘300 familias’ que dominaban el mundo, y que fue inventada por Stalin para perseguir a sus enemigos.
Resulta incomprensible que miles de personas crean hoy que la CIA organizó los eventos terroristas del 11 de septiembre a pesar de que murieron en las Torres Gemelas 3.000 americanos, principalmente empresarios pudientes, que se destruyó parte del Pentágono, que hay filmaciones y grabaciones, y sobre todo, que Bin Laden orgullosamente reconoció su autoría. Miles de personas creen que llegan mensajes subliminales por la televisión, para manipular su voluntad a favor de una élite malvada.
La patología individual de un líder paranoico se potencia en los movimientos colectivos. Se le atribuye una especie de ‘iluminación’, una ‘capacidad interpretativa excepcional’ con la que puede ver aquello que para los otros pasa desapercibido. Se presenta como escéptico; no traga entera la propaganda enemiga. Pero en verdad promueve un ‘escepticismo motivado’; su aparente falta de confianza en ‘lo otro’ es puro cinismo.
El antídoto contra paranoicos y conspiracionistas es el escepticismo (este sí de verdad) y el pensamiento crítico sincero.
MOISÉS WASSERMAN