Periódicos y democracia

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Sus páginas buscaron adaptarse a las novedades de la televisión, con la proliferación de material gráfico cuyos mayores espacios redujeron los materiales de lectura. Con la irrupción del internet, y sus acelerados desarrollos, siguieron nuevas adaptaciones.

Pero el reto ahora es mucho mayor, descomunal.

La suerte de los periódicos debería ser objeto de preocupación central en toda sociedad, sobre todo en aquellas que aspiran a vivir en democracia. Importa por ello repasar su trayectoria histórica, pues pareciera ignorarse cómo la democracia moderna nació de la mano de los periódicos, sobre los principios de las libertades de imprenta, expresión y asociación, y un elemento inherente a su existencia: la opinión pública.
Una fuente casi obligatoria para reflexionar sobre el tema es la clásica obra de Alexis de Tocqueville, Democracia en América, cuyos dos tomos fueron publicados por primera vez en 1835 y 1840, respectivamente.

Para Tocqueville, los periódicos cumplían varias funciones en la sociedades democráticas, no solo de enorme significado sino casi constitutivas de la misma democracia.

Una primera función, no valorada de manera cabal por los historiadores, era la de crear comunidad. Esto era (y sigue siendo) válido especialmente en sociedades dispersas en extensos territorios –como lo eran (y siguen siendo) los Estados Unidos y Colombia durante la primera mitad del siglo XIX–.

Hasta entonces las democracias solo eran pensables en comunidades pequeñas y autocontenidas. Los periódicos hicieron posible superar distancias: que personas que viviesen en mundos físicamente aparte compartieran entre sí mundos afines.

En este sentido, los periódicos no solo sirvieron para imaginar el “demos”; en efecto, en sociedades de comunidades dispersas lo crearon. Y lo crearon además al posibilitarles a individuos y grupos sociales distinguirse de la multitud, y unir voces para defender sus respectivos intereses. Es claro aquí que el “demos”, el pueblo, está concebido de manera plural.

Para Tocqueville, los periódicos eran “asociaciones”, ante todo asociaciones de lectores que formaban, para utilizar la famosa expresión de Benedict Anderson, “comunidades imaginadas”. Existía en ello una relación recíproca: los periódicos creaban asociaciones, y las asociaciones, a su turno, creaban periódicos.

Por supuesto que su pilar es la libertad de prensa, a la que el pensador francés otorgaba la función de servir de garantía a todas las otras libertades y seguridad ciudadanas. Su función iba mucho más allá: decir que “apenas sirven para proteger las libertades sería minimizar su importancia”: los periódicos, en palabras de Tocqueville, “mantienen la civilización”.

Para Tocqueville existía también una correlación estrecha entre la libertad de prensa y la soberanía popular. Allí “donde prevalecía la doctrina de la soberanía popular, la censura de prensa no solo era peligrosa, sino absurda”. Reconocía que no todas las actividades de los periódicos eran beneficiosas, pero “el mal” que pueden producir es “mucho menor” que el que curan.

“Instruir la democracia” fue una tarea que Tocqueville consideraba indispensable en su tiempo –una tarea adoptada como logo por el periódico de la primera sociedad de artesanos y labradores establecida en Bogotá en 1839–.

La era de Tocqueville, es cierto, ha quedado atrás; pero lo que dijo en su momento sobre los periódicos y sus relaciones con la democracia conserva suma actualidad. Si sus funciones son hoy cumplidas por los nuevos medios de la era digital es el gran interrogante de nuestro tiempo.