Cuando uno lee a Gustavo Petro escribir sobre los acontecimientos de Venezuela, tiembla de pensar que pudo gobernarnos. Cierto que nadie esperaba verlo en Cúcuta, pero fue extraño que no acudiera ni un solo líder de la izquierda a un concierto solidario, organizado por un excéntrico empresario progresista y británico, con 35 artistas de distinto color político –y más de uno apolítico–.
Claro que las tiranías de izquierda, para los zurdos rancios, siempre tienen alguna justificación histórica. No hay más que recordar que Michelle Bachelet, la actual custodia de los derechos humanos en la ONU, eligió a la Cuba comunista, que lleva sesenta años aniquilando las libertades de sus ciudadanos, como destino de su último viaje de presidenta. Allá abrazó a Raúl y saludó a su lacayo, ese mono anodino que durará en el poder el tiempo que viva su amo.
En el fondo les duele comprobar el nivel de desastre y criminalidad al que puede llegar un régimen de su espectro ideológico. Prefieren pensar que la catástrofe humanitaria y económica de Venezuela, la férrea tiranía, es producto del bruto Nicolás y no del sátrapa coronel al que aquí muchos veneraron.
Pensarán que los “¡exprópiese!” que vociferaba Chávez, con arrogancia e ignorancia infinitas, no eran los primeros pasos hacia el abismo. Encontraban divertidos los disfraces militares carnavalescos, celebraron sus chistes, aplaudieron las nacionalizaciones de bancos y grandes empresas, consideraron visionario las invasiones de propiedades y tierras e ignoraron los ataques a la libertad de prensa.
No entendieron que la cortina de hierro que estaba levantando el bolivariano en la muy rica Venezuela era la misma que en 1989 habían derribado millones de europeos, hastiados de soportar una bota aplastándoles la dignidad, las libertades y los sueños.
Una creía que comprenderían que la única economía que funciona, así resulte injusta, es la del mercado abierto, es decir, la capitalista que los comunistas chinos han abrazado.
Pero volvamos al país vecino y a la revolución verdadera que lidera Juan Guaidó, miembro de un partido que pertenece, miren la paradoja, a la Internacional Socialista. Su aparición ha sido proverbial, la respuesta a tantas oraciones por ser el único capaz de resucitar la fe que las ambiciones y estrechez de miras de un puñado de políticos opositores habían sepultado.
Ya sabe que tiene al pueblo dispuesto a pelear por sus derechos, desafiando la brutalidad del Sebín, los colectivos chavistas y los presos peligrosos. A las FF. MM. desmoralizadas, esperando una señal para cambiar de bando. Cuenta con el respaldo tibio, pero respaldo al fin, de decenas de gobiernos, y, lo más importante, están los halcones gringos, que amenazan con hincar el pico.
Pero sabemos que no es suficiente. Maduro y sus lugartenientes no abandonarán el poder por las buenas, el diálogo solo sirve para atornillarlos. Un golpe militar desde adentro, amparado por países aliados, es lo único que podrá tumbarlos.
Los mismos que ahora llaman guerreristas a quienes proponemos puño de hierro respaldaron la decisión de Obama y muchos europeos de emprender unas irracionales y pavorosas guerras en Libia y Siria para sacar a sus dictadores. Ahora, como Trump manda en Washington, atemorizan inventando una invasión absurda, innecesaria, que solo existe en sus cabezas y advierten de “un derramamiento de sangre”. ¿Acaso la dictadura no ha matado de hambre, enfermedad, violencia y tristeza a miles de ciudadanos?
Está bien cargarse de más razones, agotar hasta la última gota de la presión diplomática. Pero, al final del día, es a la fuerza, hermano.
P. D. Infame la campaña contra Lorent Saleh. Samperistas & santistas no saben qué más inventar para desprestigiar el trofeo que el nobel de paz regaló a su verdugo para que lo torturara.
P. D. 2. ¿Cuándo entregarán Monómeros al gobierno legítimo?