Es testigo la historia de que a Colombia le ha hecho falta un proyecto político de izquierda democrática, capitalista, de largo alcance y capaz de construir bases populares suficientemente amplias como para disputarle el poder nacional y regional a su rival de antaño, la derecha. Yace, entre otras cosas, en la alternancia del poder entre la izquierda y la derecha la base de un equilibrio entre el estado y el mercado. Más encima, la ausencia de la izquierda en las altas esferas del poder ha obstaculizado la construcción de un estado de bienestar, capaz de garantizar no la igualdad absoluta, sino, cuando menos, mayor igualdad de condiciones entre quienes se aventuran a competir en el mercado. Me refiero, por lo tanto, a una izquierda que persigue no una alternativa al capitalismo, sino una alternativa de capitalismo.
Por supuesto, para que esto se haga realidad, no basta con la llegada al ejecutivo de un gobernante de izquierda, como recientemente sucedió, sino que debe tratarse de un proyecto de país de largo alcance. Y, para ello, la primera condición es la responsabilidad fiscal. De lo contrario, el actual gobierno catapultará a la oposición de nuevo al poder, la cual llegará con más pretensiones de atornillarse que nunca.
Para dar tranquilidad a los mercados, el presidente no tiene que traicionar los ideales de izquierda. Basta con dejar de lanzar dardos de opinión.
Aunque muchos prediquen lo contrario, lo que diferencia a la izquierda de la derecha no es la responsabilidad fiscal, sino el destino hacia dónde se canalizan estos recursos. Bien dejó claro el reciente circo protagonizado por los Tories en el Reino Unido, lo irresponsable, fiscalmente hablando, que puede llegar a ser la derecha. Así que, si pretende mantenerse de pie en el ring político, la izquierda colombiana debe batallar con los mercados de su lado, en lugar de amenazar a estos con golpes rectos y laterales. Desafortunadamente, en los últimos días, la segunda ha sido la estrategia por la que ha optado el gobierno.
Nadie sensato puede negar las circunstancias externas que están empujando a la devaluación del peso. Pero también es innegable que, a esta crisis, no se la ha dado un bueno manejo a nivel interno. De esto, no solo es testigo una devaluación que dobla al promedio de los vecinos, sino, sobre todo, el hecho de que algunos de los días de mayor devaluación coincidieron con ominosos anuncios del presidente o de algunos de su gabinete. Para dar tranquilidad a los mercados, el presidente no tiene que traicionar los ideales de izquierda. Basta con dejar de lanzar dardos de opinión en Twitter, válidos para un férreo senador de la oposición, pero desafortunados para un presidente de la República cuyos desahogues en 280 caracteres hacen su vez de comunicados oficiales.
Más encima, el gobierno debe dar señas de que pretende destinar algo del recaudo de la reforma tributaria no solo a la inversión social, como ha insistido el Ministro de Hacienda, sino, también, a recortar el déficit fiscal. Por último, llegó el momento de renunciar a la idea de cesar los futuros contratos de exploración. No solo estamos ante unas circunstancias internacionales que lo imposibilitan, sino que, además, hasta el momento, no hay alternativa para remplazar las economías extractivas, tanto en términos energéticos como de exportaciones.
Por último, el presidente y muchos de sus alfiles tienen que dejar de buscar culpables externos en todos lados, asumir su propia responsabilidad y, sobre todo, dejar de tachar a todos aquellos que nos atrevemos a criticarlo de ser enemigos internos o, como dice el senador Bolívar, de ser desafiantes “ del establecimiento”. Al contrario, muchos nos tomamos la molestia de hacerlo porque queremos que al gobierno le vaya bien y anhelamos que cuestiones menores como el Twitter del presidente no se le atraviesen a proyectos tan importantes como la paz, la reforma agraria y la reingeniería de la lucha contra las drogas.
SANTIAGO VARGAS ACEBEDO