Este mes de mayo, España dio un vuelco radical a la derecha y en julio, lo más probable es que la presidencia del Gobierno español pase a engrosar la reciente fila de gobiernos conservadores en Europa. Al menos es lo que auguran las recientes elecciones municipales y autonómicas, en las que los partidos de derechas arrasaron de norte a sur y de este a oeste.
De Hungría, donde Viktor Orbán asumió el poder en 1998, a Finlandia, donde este abril la primera ministra socialdemócrata Sanna Marin perdió por estrecho margen la reelección, todo indica que el líder del partido conservador Coalición Nacional, Petera Orpo, asumirá el cargo en una alianza con el ultraderechista Partido de los Finlandeses. En Polonia, tanto el presidente Andrzej Duda como el primer ministro Mateus Morawiecki son políticos católicos conservadores de extrema derecha. En Italia, Giorgia Meloni, la líder del partido de ultraderecha Hermanos de Italia, asumió como primera ministra en octubre de 2022.
En Suecia, después de ocho años de gobierno, la socialdemócrata Magdalena Andersson fue derrotada por una coalición de derecha comandada por Ulf Kristersson, en 2021, y en Grecia, la colectividad conservadora Nueva Democracia (ND), liderada por el actual primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, conservador moderado, derrotó al expremier Alexis Tsipras, del izquierdista partido Syriza.
Otros países europeos donde ahora gobierna la derecha son Croacia, Lituania, Turquía, el Reino Unido, Austria, Irlanda, y Países Bajos. Esto significa que la marea azul, de la derecha moderada a la radical, ocupa la mayoría de los países del continente europeo.
Las causas del auge del populismo conservador varían de país en país, aunque el nacionalismo permea por todo el continente como reacción contra la globalización, la inmigración, el costo de la vida, el fortalecimiento del movimiento LGTB, la corrección política. Un factor alarmante es el resurgimiento de grupos neonazis.
En América Latina, mientras tanto, el giro más o menos consistente ha sido hacia la izquierda, y aquí también se han dado todos los matices del espectro político.
Hay una izquierda esperpéntica donde habitan Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, que repiten los horrores del estalinismo y están condenados a la obsolescencia.
También hay un representante de la izquierda de impecables credenciales, Gabriel Boric, un joven de 36 años, socialdemócrata, libertario y feminista.
Otra rama de la izquierda latinoamericana es la que lideran Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro, Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández, que, aunque menos dogmática que la cubana, es también arcaica, ineficaz y preocupante.
Los cuatro se autonombran demócratas, al tiempo que minan las instituciones democráticas de sus respectivos países y deifican la figura del dictador cubano Fidel Castro. Para Lula, por ejemplo, Fidel Castro “fue siempre una voz de lucha y esperanza, y su espíritu combativo y solidario animó sueños de libertad, soberanía e igualdad”.
Para el argentino Fernández, el cubano Miguel Díaz-Canel es un “presidente elegido democráticamente”, y para el mexicano Andrés Manuel López Obrador, Fidel Castro fue “un gigante de la lucha de la liberación de los pueblos, uno de los dirigentes más grandes de la historia del mundo”. Los nuevos jinetes del apocalipsis también se autoproclaman feministas, al tiempo que en sus países los feminicidios alcanzan cifras récord.
¿Cómo explicar la polarización ideológica que se ha extendido por todo el mundo? ¿Estamos condenados a aceptar el triunfo de los populismos de derechas e izquierdas y la muerte de la democracia?
SERGIO MUÑOZ BATA