Un fútbol que da grima

Voy a decirlo sin previo aviso y sin anestesia, pero con toda franqueza: aquí, el fútbol profesional es una calamidad. Sé que al leer esto más de uno se podrá “delicar”, y no faltarán otros que me hagan el reclamo por ponerme a hablar de un tema que se supone que está reservado para los especialistas; pero lo cierto es que no se necesita ser comentarista ni analista deportivo para ver lo pobre que es el espectáculo que ofrece nuestro campeonato. Es más: aunque hoy el equipo de mis afectos está muy bien ubicado en la tabla y con serias posibilidades de llegar a la final, eso no me impide ver las falencias de la liga colombiana.

El primer problema es el nivel de los jugadores, la mayoría de los cuales no brilla por sus virtudes ni por la seriedad con la que se toma su trabajo, cosa que se refleja en el terreno de juego, donde los errores son más frecuentes que los aciertos.

Por supuesto, no se puede meter a todos los futbolistas en la misma tula, pues hay muchos que se destacan por su calidad y la mística con que asumen sus responsabilidades cada vez que pisan la gramilla. No obstante, me parece absurdo que, mientras en ligas como la española o la inglesa buena parte de las figuras son muchachos en sus veintitantos años de edad, las estrellas de la liga colombiana son unos veteranos que, a pesar de estar a punto de jubilarse, superan en desempeño y responsabilidad a muchos jovencitos que no saben lo que es sudar una camiseta.

Basta ver los ejemplos de Rodallega, en Santa Fe, Bacca, en el Junior; Ramos, en el América; Ospina, en el Nacional; Dayro, en el Once Caldas, o Falcao, en Millonarios. Todos ellos asumen cada partido como una final, mientras sus colegas de las nuevas generaciones parecen más interesados en convertirse en influencers que en disputar buenos partidos. Eso sí, la creatividad que les falta para jugar les sobra a la hora de inventarse artimañas para perder tiempo cada vez que hay una falta, por mínima que sea; escenas en las que no puede faltar la manía de increpar a los árbitros por cada cosa que pitan o dejan de pitar.

A propósito de los árbitros, hay que anotar que el desempeño de estos deja mucho que desear, y son raros los encuentros en los que no hay polémicas por el rol de los jueces, tanto dentro de la cancha como en el VAR, una tecnología que –por ignorancia o negligencia de quienes la manejan– no ha servido para darle claridad ni transparencia al juego, que era lo que se esperaba.

Y aunque estos problemas afectan la calidad de nuestro fútbol profesional, hay algo aún peor: el esquema del campeonato. No entiendo por qué se insiste en esos torneos aguaos de un semestre, para otorgar dos estrellas por año, en vez de mantener la competencia anual, como en las mejores ligas de Europa.

Por otra parte, el actual sistema es muy injusto. No tiene sentido que un equipo como el Santa Fe, que ha sido el mejor a lo largo de todo el año, termine con las manos vacías, mientras que un equipo que llega gateando a los cuadrangulares tenga altas opciones de quedar campeón. Eso carece de lógica y de sensatez.

Además, el proceso de ascenso y descenso es un galimatías ridículo. Qué promedio ni qué nada... Los dos primeros de la B que suban a la A, y los dos últimos de la A, que desciendan. ¿Cuál es el misterio? De hecho, si en la categoría A se aplicara el dichoso promedio, Santa Fe debería ser el campeón. Y lo digo como hincha de Millos.

Y si a todo lo anterior sumamos la violencia en los estadios, la actitud y la conducta de ciertos dirigentes y los fantasmas de las apuestas rondando en algunos camerinos, el panorama se hace aún más desolador.

Con toda la razón, el profesor Néstor Lorenzo casi no tiene en cuenta para la Selección a los jugadores de la liga. Es que el nivel no da. 

VLADDO 

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