Una de las secuelas que me dejó la cuarentena fue el regreso a la televisión nacional; en particular a los canales privados, los cuales había abandonado casi del todo, fatigado por una programación en la que buena parte del contenido se ha centrado en el mundo del narcotráfico y los traquetos, con los ingredientes propios de esa pseudocultura.
No obstante, después de un largo tiempo sin ver series colombianas, y forzado por ese encierro de tantas semanas, en el que ya no sabía si leer, dibujar, cocinar o volver a pasear al perro, el año pasado me enganché con la famosa Venganza de Analía, del Canal Caracol, en la que Carolina Gómez y Marlon Moreno se lucieron con sus papeles.
Desde entonces, no me había vuelto a asomar a dichos canales –excepto para ver noticias o algunos eventos deportivos– hasta hace poco, cuando lanzaron la nueva versión de Café con aroma de mujer, la célebre creación que hace casi tres décadas puso en el Olimpo por primera vez a Fernando Gaitán.
Como no vi la original, de 1994, no tengo elementos para comparar las dos versiones. Lo que sí puedo decir, como espectador reincidente, es que el reencauche de Gaviota y Sebastián, con un elenco de actores a la mayoría de los cuales no conocía, me ha tenido pegado al Canal RCN los últimos meses.
Algo clave de esta adaptación es que va más allá de la machacada odisea romántica entre la mujer humilde y el hombre rico, ya que, pese a que se trata de un típico melodrama con final conocido, la trama modelo 2021 ha incorporado ingredientes contemporáneos poco comunes en producciones de esta naturaleza, empezando por la aparición de la protagonista, Laura Londoño, no como una cenicienta, sino como una mujer empoderada, promoviendo el liderazgo y la solidaridad entre las demás trabajadoras.
En la nueva versión de ‘Café’ hemos visto escenas que solían ser un tabú en nuestras pantallas y que hasta hace no mucho tiempo escandalizaban a los televidentes.
Por otra parte, frente a las cámaras hemos visto tipos que lloran, parejas interraciales, besos y caricias entre hombres enamorados y, en fin, muchas imágenes en las cuales los actores presentan con naturalidad situaciones de la vida real, en escenas que solían ser un tabú en nuestras pantallas y que hasta hace no mucho tiempo escandalizaban a los televidentes.
Para completar, también se ponen sobre el tapete temas como el clasismo, la violencia intrafamiliar, la discriminación racial, las diferentes caras del desarme, el acoso sexual, los peligros de internet, la diversidad de género, la corrupción, el machismo y otros asuntos que llaman a la reflexión.
Como es lógico, este relato no tendría ningún impacto si no fuera por el trabajo de los actores que lo han interpretado al compás de las notas de la maestra Josefina Severino. Desde las figuras más jóvenes hasta las más veteranas, todos se han fajado; empezando por Laura Londoño y William Levy con la autenticidad y la integridad que les imprimen a sus personajes, en una obra en la que no hay papel malo.
Y aunque no me alcanza el espacio para mencionar el reparto completo, vale la pena anotar que esta historia ha sido muy entretenida gracias a la sabiduría de Katherine Vélez, la perversidad de Diego Cadavid, la ingenuidad de Luces Velásquez, la maldad de Ramiro Meneses, la buena onda de Andrés Toro, el escepticismo de Laura Junco, la nobleza de Lincoln Palomeque y el fariseísmo de Mario Duarte. Es decir, el casting también fue un acierto.
Dicho lo anterior, y cuando la novela se aproxima a su final, me sorprende que no haya tenido mejor acogida entre el público. Sin embargo, en una época en la que el éxito se mide en puntos de audiencia, me alegra que los canales apuesten por espacios en los que se aborde la realidad desde ópticas distintas de la cocaína, la sangre y la silicona.
En este caso queda demostrado, una vez más, que la calidad y el rating no siempre están sintonizados.
VLADDO
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