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Entre la perfección y la autenticidad

Seguiremos tratando de reemplazar el deseo de ser perfectas por el de ser auténticas.

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Por estos días, la voz de Shakira ha encajado como anillo al dedo en las circunstancias de mi vida; y no precisamente por sus canciones, que me encantan, sino por su mensaje al recibir el premio como mujer del año 2023 en los Billboard Mujeres Latinas en la Música. Sentí sus palabras como el resultado de las reflexiones profundas que hacemos las mujeres, por lo general, en momentos que nos sacuden, porque el resto del tiempo estamos ocupadas buscando ser perfectas.
(También le puede interesar: El síndrome de la amapola alta)
Estoy próxima a cumplir 50 años de vida y, a pesar de que con cada año suelo hacer balances de lo vivido para planear los años siguientes, nunca antes había sentido con tanta intensidad, y hasta con ansiedad, los cambios que, en el cuerpo, la mente y por ende en las relaciones, genera el paso de los años y lo que estos pueden implicar para el futuro personal y familiar. Cambios sísmicos, diría Shakira.
Muy seguramente esta ansiedad está altamente relacionada con la edad, por supuesto, y con la generación a la que pertenezco. Buena parte de las mujeres de la ‘generación de la guayaba’ nos casamos y fuimos madres entre los 25 y los 35 años; también nos desarrollamos profesionalmente a un ritmo que para el mundo de hoy, atiborrado de información, tecnología y experiencias, puede parecer lento, pero que fue la velocidad a la cual pudimos ejercer el rol maravilloso de mamá a la par que apoyábamos con ingresos económicos al proveedor por excelencia, al hombre de la casa, para llevar a cabo todos los proyectos familiares (tener casa, carro y beca, decían los abuelos). El balance individual de esos años podría resumirse en: todo va según lo planeado, trabajo en una buena compañía, tengo una linda familia y el futuro disponible para nuevos planes.
Si bien el concepto de futuro tiene sus interrogantes (por lo general no sabemos en qué momento vamos a morir), la sensación de poder vivir el doble de lo vivido genera esperanza frente a este; sin embargo, al llegar a los 50, esta sensación empieza a cambiar. Teniendo en cuenta que bajo contadas excepciones se logra vivir hasta los 100 años y por lo tanto tenemos menos tiempo del ya vivido para cambiar la ruta si algo no ha salido como esperábamos o para disfrutar de la cosecha de nuevos planes sembrados, el balance para esta nueva etapa tal vez debería estar orientado hacia qué tanto hemos aprovechado las experiencias de la vida en la transformación del propio ser, cómo hemos servido y podemos seguir sirviendo a otros y a nosotras mismas, cuánto hemos aportado con nuestro comportamiento a la mejora del metro cuadrado, llámese este familia, vecindad, lugar de trabajo, y cómo lo podemos seguir haciendo de manera genuina, sin tener que ser inigualables o tener todos los recursos a nuestra disposición.
Y, efectivamente, cuando hoy miro a las mujeres de mi generación, a sus maravillosos 50 años, y las comparo con su versión a los 35, incluyéndome, veo una transformación positiva en muchos aspectos: más empoderadas en nuestros distintos roles, absolutamente conscientes de nuestras vulnerabilidades, más recursivas, más solidarias entre nosotras y con lo que debemos hacer para seguir avanzando en equidad de género; mujeres que, sin importar cuántos años más nos regale la vida, mantenemos las ganas de seguir aprendiendo y aportando para lograr un mayor bienestar propio y de quienes nos rodean y que, además, seguiremos tratando de reemplazar el deseo de ser perfectas por el de ser auténticas, como nos invita Shakira.
Claudia Patricia Pinilla
Miembro de Women In Connection

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