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Las dos ‘casas Colombia’

Una estaba en Las Toldas, en Carmen de Atrato, Chocó. La otra en los Alpes suizos, en Davos.

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Había una vez, hace un par de semanas, dos casas con vistas a las montañas. Una estaba en Las Toldas, en Carmen de Atrato, Chocó, a la orilla de la carretera que “conecta” a Quibdó con Medellín. La otra, publicitariamente llamada Casa Colombia, estaba en los Alpes suizos, en Davos, la sede del Foro Económico Mundial.
En la casa del Chocó vivían la profesora Rocío y su esposo, Alberto, y, como sucede con muchas viviendas a la orilla de las carreteras del país, era refugio de viajeros. En la Casa Colombia de Davos no vivía nadie, pero había sido alquilada por el Gobierno como vitrina turística: ofrecían café y exhibían objetos típicos.
Ninguna de esas casas existe hoy. La de Carmen de Atrato fue arrasada, como sabemos, por la montaña que se convirtió en avalancha y sepultó carros, pasajeros, y la casa de la profe con las personas que se habían refugiado allí, cuando los típicos derrumbes habían interrumpido el paso, como es habitual en esa carretera. La de Davos, que, como también sabemos, fue motivo de escándalo por el costo impagable del arriendo, se desmontó al final del Foro y sus funcionarios y sus trajes típicos están de regreso, hasta el próximo ‘tour’.
Antes de que esas dos casas, especialmente la del Chocó, con tantas vidas perdidas, rotas y huérfanas, sean sepultadas bajo la avalancha de otras noticias conviene conectar esos dos países que se mueven como líneas paralelas: uno, por las carreteras de la muerte, entre derrumbes y promesas, y el otro, entre mensajes publicitarios sobre biodiversidad y “belleza” de exportación. En esa brecha, que es también una zanja simbólica, las declaraciones del Presidente suenan, parafraseando a la escritora Rebeca Solnit, como un “Petrosplaining”. Sus frases sobre “la rentabilidad de la vida” en la casa suiza y sobre los veinte años de muerte en la carretera chocoana ilustran la desconexión entre la retórica y las acciones, entre los diagnósticos y las soluciones; entre opinar y gobernar.
Al lado de Nubia Carolina Córdoba, la gobernadora del Chocó, cuya cara lucía descompuesta por el dolor y las urgencias –o, me atrevo a suponer, por la falta de empatía del monólogo presidencial–, Petro improvisó un análisis sobre las causas históricas, políticas y técnicas de la tragedia.
Comenzó con la crisis climática planetaria y el estrés hídrico y fue acercándose al diagnóstico: “¿Qué pasa con la infraestructura vial en Colombia?”, lanzó la pregunta retórica, sin aceptar interrupciones sobre medidas urgentes, y él mismo se contestó: culpó a las decisiones políticas que conllevaban desigualdades en la inversión y ralentizaban la ejecución en carreteras no centrales, como si él fuera un candidato o un politólogo, y no un presidente que lleva un año y medio de gobierno, y que es –o debería ser– el líder de esas decisiones, y como si el Invías no fuera un instituto nacional bajo su responsabilidad.
En algún punto de su disertación, hizo un breve paréntesis para expresar solidaridad con las víctimas, y prosiguió hablando del peligro de nuevos derrumbes, de la obligación de hacer un plan de gestión del riesgo en esa carretera, en la que no había habido inversión en taludes, y por fin anunció que había decretado el desastre natural para trasladar recursos. “El Chocó es el departamento más pobre de Colombia”, informó ahí, como si sus habitantes no lo vivieran, o como si estuviera tomando un café en la casa de Davos y denostando de ese club exclusivo al que va por segunda vez a promover el “País de la belleza” como “potencia mundial de la vida”.
Sé que todos los gobiernos han tenido su eslogan turístico. Pero, en el caso de Petro, la belleza que esperábamos habría consistido en romper ese libreto con hechos que, un año y medio después, no se ven.
YOLANDA REYES

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