El conflicto entre Rusia y Ucrania, como resultado de la inaceptable invasión del primero, mantiene en vilo al mundo. En lugar de alivio, como sería lo deseado, los desarrollos del enfrentamiento aumentan la tensión en la zona y en todo el planeta.
Con el apoyo de Occidente mediante armas como el poderoso sistema de artillería Himars e información clave de inteligencia, el ejército ucraniano no solo ha logrado resistir, sino que ha podido pasar a la ofensiva. Como ya se sabe, en las últimas semanas ha conseguido recuperar un área calculada en 6.000 kilómetros cuadrados, retroceso que ha tenido repercusiones que han llegado hasta Moscú. Ante esta realidad, Vladimir Putin, que ya convocó a 300.000 reservistas, ha respondido también con la carta de unos cuestionados referendos de anexión en las regiones ucranianas de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, parcialmente controladas por su país.
Las votaciones se efectuaron entre el 23 y el 27, y el viernes se formalizó la anexión ante el rechazo de la comunidad internacional, incluyendo a China, que pidió que la integridad territorial de todos los países sea respetada. “Cualquier decisión (...) no tendrá ningún valor legal y merece ser condenada (...). Es una escalada peligrosa. Esto no tiene lugar en el mundo moderno”, declaró el secretario general de la ONU, António Guterres.
Sin duda, es una tropelía más de Rusia que exige el rechazo de todo el planeta. A esto se suma el anuncio de cuatro fugas que han aparecido en el gasoducto ruso Nord Stream II. La sospecha de saboteo por parte de Rusia aumenta entre los países de la Otán, mientras que Moscú ha respondido sugiriendo que los daños fueron obra de “un Estado extranjero”.
Si bien la posibilidad de que el éxito de la contraofensiva ucraniana ponga a tambalear a Vladimir Putin es todavía remota, no obstante ir en aumento las voces que lo critican, incluso entre los círculos nacionalistas, su situación no es cómoda. El ejército de su país, dicho coloquialmente, ha “mostrado las costuras”, dejando ver serias falencias en distintos frentes, comenzando por el logístico.
La Otán calcula en 45.000 los soldados rusos caídos en combate, mientras que la estimación del Pentágono ronda los 70.000. A renglón seguido vienen las pérdidas de material bélico, más de 1.000 tanques de guerra y nada menos que el buque insignia ruso: el Moskva, hundido en abril en el mar Negro.
Putin no parece inmutarse ante la devastación y el sufrimiento causados. Urge hallar una manera de contenerlo que no implique que este conflicto escale
El asunto aquí es que el nuevo panorama ha revivido el fantasma de una guerra nuclear. El temor pasa por una decisión desesperada de Putin al verse acorralado y, lo que en últimas es más grave en un personaje de este talante, herido en su orgullo ante la perspectiva de tener que emprender una retirada definitiva de Ucrania. “La integridad territorial de nuestra patria, nuestra independencia y nuestra libertad serán garantizadas. Lo subrayo de nuevo, con todos los medios a nuestra disposición”, declaró recientemente. El temor concreto radica en que un ataque a los territorios anexados irregularmente sea usado como excusa por Moscú para recurrir a armas nucleares tácticas, de menor poder de destrucción que las estratégicas. De esto ya han tomado nota Estados Unidos y la Otán. El propio Biden le advirtió a su homólogo que dar este paso supondría una “respuesta decisiva”.
Con todo, expertos coinciden en que dicho escenario no parece tan inminente debido, sobre todo, a la dificultad de Rusia para transportar y operar dicho armamento, dadas sus actuales limitaciones. De detectarse una movilización del arsenal, es factible que la Otán responda con misiles de precisión que los neutralicen. El escenario apocalíptico que supondrían los misiles balísticos con ojivas nucleares dirigidos a grandes centros urbanos por suerte parece aún poco probable.
Pero el alivio que esto produce contrasta con la preocupación ante la posibilidad real de que el siguiente paso en la estrategia rusa apunte a la guerra irregular: ataques a infraestructura protegida como hospitales y colegios, y lo que más inquieta: a centrales nucleares y plantas químicas.
No hay duda, por último, de que Putin también aguarda que llegue el invierno para observar cómo harán los países europeos de la Otán para afrontarlo sin la provisión del gas que viene de su país. Lo cierto, y muy preocupante, es la perspectiva de un conflicto cuyo saldo de sufrimiento se traslade cada vez más a los civiles, sea por los ataques directos en Ucrania, por el reclutamiento masivo en Rusia o por las penurias de un frío invierno sin la posibilidad de acceder a fuentes de energía para contrarrestarlo.
Esto sin contar la inflación y la escasez de fertilizantes en el resto del mundo, realidad que impacta directamente a los hogares. Pero el responsable directo, Vladimir Putin, no parece inmutarse ante la devastación y el sufrimiento causados. El reto para el mundo está en hallar una manera de contenerlo que no implique que este conflicto avance de su actual escala regional a una temida escala mundial.
EDITORIAL