El miércoles pasado el anuncio del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de la imposición de aranceles al resto del mundo sacudió tanto los pilares del comercio global como los mercados internacionales. La Casa Blanca no distinguió entre aliados y contradictores –por ejemplo, la tasa a China fue del 34 por ciento, y a la Unión Europea, del 20 por ciento– y dinamitó la red de tratados de libre comercio (TLC) que han caracterizado la globalización de la economía.
El ‘día de la liberación’, así llamado por Trump, constituye el giro más drástico en la política comercial de Estados Unidos en un siglo y abre la puerta a una nueva era, marcada por el proteccionismo. Las bases económicas con las cuales Washington determinó los aranceles y su objetivo de impulsar la reindustrialización no son las más sólidas, y la mayoría de los analistas alertan acerca de sus potenciales efectos sobre la inflación, la ralentización del crecimiento y la creciente incertidumbre de empresas, consumidores y gobiernos.
De hecho, al anuncio de Trump le siguieron varios días de altísima turbulencia en los mercados internacionales. Wall Street sufrió el jueves su peor jornada desde la parálisis de la economía por la pandemia de covid-19, mientras que los principales indicadores bursátiles en América, Europa y Asia registraron alarmantes desplomes. En el acumulado de dos días, el S&P 500 cayó 10 por ciento; el Dow Jones, 8,5 por ciento; el Nasdaq, 9,5 por ciento; el petróleo Brent, 12 por ciento, y los mercados perdieron alrededor de 6,6 billones de dólares de valor.
Todavía es incierta la dimensión total del impacto de estos nuevos aranceles sobre la economía global y el intercambio mundial de bienes y servicios. Por un lado, el resto de los países –y sus exportadores– continúan evaluando los alcances reales de la medida y su aplicación tangible. Por el otro, la magnitud del choque depende, en buena parte, de cómo las demás naciones –en especial las economías desarrolladas– responderán a la nueva era proteccionista de Trump.
China, por ejemplo, anunció el viernes pasado aranceles recíprocos del 34 por ciento a los productos estadounidenses, hundiendo las bolsas y el precio del crudo, mientras que Canadá impuso una tasa de 25 por ciento a los vehículos hechos en Estados Unidos. El nivel de los aranceles de Trump –mucho más elevados de lo que esperaban los mercados y contra aliados tradicionales– tiene a los encargados de comercio del mundo entero definiendo y ponderando caminos de respuesta que incluirían medidas retaliativas.
Precisamente esa es la principal tarea que debe liderar el Gobierno Nacional para enfrentar esta guerra comercial de Trump contra el resto del planeta. Colombia, al igual que la mayoría de las economías latinoamericanas, terminó con un arancel de un 10 por ciento a sus exportaciones al mercado estadounidense. Si bien la tasa asignada por Washington es la mínima, el impacto que inflige el principal socio comercial del país –con un 28,9 por ciento de las ventas externas– no puede subestimarse.
Este drástico cambio de las reglas del juego requiere que el gobierno Petro lidere la definición de una estrategia de largo plazo para la política comercial colombiana frente tanto a Estados Unidos como al resto de los compradores extranjeros. En primer lugar, debe primar la cabeza fría.
Se requiere que el gobierno Petro lidere la definición de un plan de largo plazo para la política comercial del país frente a EE. UU. y al resto de compradores extranjeros de productos nacionales
Por ejemplo, las declaraciones iniciales de la canciller Laura Sarabia y de la ministra de Comercio encargada, Cielo Rusinque, enfatizaron acertadamente en la prudencia y el diálogo para “mitigar los impactos a nuestros productores”. Incluso, Rusinque manifestó que Colombia no buscará “retaliaciones”. De todas maneras, es urgente contar con la mayor claridad posible con respecto a las consecuencias del arancel sobre los exportadores, en especial los del sector agrícola.
Segundo, en esta coyuntura la istración Petro debe desplegar un mayor esfuerzo en la cooperación y la conversación con el sector privado en la construcción de esta estrategia de diplomacia comercial. Los exportadores colombianos necesitan sentirse plenamente incluidos en estas discusiones con miras a determinar el plan para el futuro comercial del país.
En tercer lugar, llegó el momento de aterrizar los antiguos llamados a la diversificación de nuestras exportaciones. Las barreras que pone Washington pueden servir de incentivo a los productores nacionales para buscar y consolidar nuevos destinos y nuevos productos. Más aún, una respuesta al proteccionismo trumpista es que se revitalice y robustezca el intercambio comercial entre la mayoría de los países. Lo que no implica abandonar el análisis de fórmulas para convertir en oportunidades las retadoras condiciones para exportar a Estados Unidos. En conclusión, la nueva realidad global desatada por Trump exige que el Gobierno convoque la construcción de un plan estratégico y pragmático. Y este solo será efectivo si es en consenso con el sector privado.
EDITORIAL