Ha causado estupor la noticia del asesinato de Sara Millerey, mujer transgénero de 32 años, quien fuera brutalmente asesinada en Bello, Antioquia, el pasado fin de semana. En un acto de extrema crueldad, sus victimarios le fracturaron piernas y brazos para que pereciera ahogada en una quebrada, mientras registraban lo ocurrido en video. Nadie hizo nada. O sí: el video se hizo viral en redes.
Este impresionante hecho ha dejado al descubierto una realidad que preocupa, como es que en Colombia persiste una fobia enfermiza con arraigo cultural frente a las personas trans, que se extiende a todas aquellas con identidad de género diversa. Este año ya se han registrado 26 homicidios contra personas trans, mientras que en 2024 fueron 47. Hay una tendencia al alza.
Tiene razón la organización Caribe Afirmativo –que lleva el registro de estos casos– cuando plantea que estamos ante una violencia sistemática "motivada por prejuicios arraigados, especialmente hacia expresiones de género no normativas y masculinidades disidentes".
Desde luego, el llamado es a esclarecer este hecho y todos los anteriores. A que cesen las revictimizaciones posteriores, como ocurrió en este caso con el secretario de Seguridad de Bello, Rolando Serrano, quien se refirió a la víctima con el pronombre que aparece en su cédula. Pero también a ver lo que hay detrás del caso de Sara Millerey y qué la hizo tan vulnerable; y si había alguna discriminación así fuese sutil y disfrazada por parte de las entidades estatales. Esas que no atendieron sus pedidos de ayuda, que los hubo. El camino no es un misterio: cuanto mayor sea la inclusión, menor el riesgo.
Por último, hay que poner la atención sobre el hecho de que no es el primer caso de esta índole en los últimos meses en Antioquia, departamento que más episodios registra a nivel nacional. Y urge insistir en que estamos en mora de que los márgenes que esta población habita no sean territorio de riesgo vital permanente. Y esta labor nos incumbe a todos y todas.