Las tragedias como la de Santo Domingo (República Dominicana), en las que la muerte se agazapa sin respetar momentos de alegría y esparcimiento, sorprenden, duelen y enlutan no solo a un país sino al mundo entero.
Esta, que ocurrió a las 12:40 de la noche, donde se derrumbó el techo de la famosa discoteca Jet Set, uno de los locales más emblemáticos de esa capital, con capacidad para 700 personas sentadas y 1.000 de pie, es dolorosa y dramática y ha estremecido a la sociedad dominicana, al arte, al deporte, a la política y al alma popular en general.
La estructura cayó sobre los alegres asistentes mientras el famoso cantante de merengue, el dominicano Rubby Pérez, de 69 años, realizaba su show, y seguramente entonaba entre palmas y coros Enamorado de ella, Buscando tus besos, Hazme olvidarla, Tú vas a volver, El perro ajeno, o paradójicamente Sobreviviré y tantas más de su amplio repertorio.
Una desgracia impresionante. El número de fallecidos ya va en 124 y 150 heridos. Entre quienes perdieron la vida está el propio Rubby Pérez, quien partió haciendo lo que amó, e inclusive, en un irable acto de valor o de amor a la vida y a su arte, dice su hija Zulinka Pérez, quien estaba allí, que él fue hallado por los socorristas "porque se puso a cantar". Pero "la voz más alta del merengue", como fue llamado, se apagó cinco horas más tarde, a pesar de los esfuerzos médicos.
Se apagó junto a la de muchos de sus fans y de seres que quiso, como su saxofonista Luis Solís, y dos grandes beisbolistas, Tony Blanco Cabrera y Octavio Dotel, quienes sabían que Rubby intentó probar suerte al bate.
El duelo es enorme, además, porque allí hubo víctimas colombianas y hay otros desaparecidos. Ahora urge establecer las causas y asimilar las lecciones. Los escenarios donde haya espectáculos masivos tienen que ser revisados por profesionales en estructuras físicas y constantemente, más si se trata de edificaciones antiguas. Lo primero son las vidas humanas.