En las civilizaciones antiguas, la anticoncepción se basaba en remedios naturales y supersticiones. Desde el control de la fertilidad basado en el calendario lunar hasta el uso de plantas medicinales, las personas han buscado formas de evitar embarazos no deseados durante milenios. Sin embargo, estas prácticas carecían de eficacia y seguridad, y reflejaban una falta de comprensión sobre la biología reproductiva.
Con el tiempo, los avances en la medicina y la ciencia llevaron a la creación de métodos anticonceptivos más efectivos y seguros. Desde los condones hasta los anticonceptivos hormonales y los dispositivos intrauterinos (DIU), sin dejar de lado los procedimientos quirúrgicos tanto en mujeres como en hombres, la anticoncepción moderna ha revolucionado la forma en que las personas pueden controlar su fertilidad y planificar sus embarazos de manera voluntaria y responsable.
Sin embargo, hay que decir que la anticoncepción es mucho más que simplemente evitar embarazos no deseados; de hecho, es un derecho ineludible de la salud sexual y reproductiva y reconocerla como tal significa reconocer la capacidad de todos para tomar decisiones informadas sobre su propia salud y bienestar. Esto incluye la posibilidad acceder a información precisa y servicios de salud reproductiva y a elegir los métodos que mejor se adapten a las necesidades y preferencias individuales.
Aquí es crucial remontar la atávica idea de que prevenir embarazo es solo responsabilidad de las mujeres, dado que en una sociedad igualitaria, la responsabilidad y el control sobre la fertilidad deben ser compartidos equitativamente entre ambos géneros.
Esto significa fomentar una cultura en la que los hombres se sientan cómodos y responsables para participar activamente en esta tarea, no solo tomando parte activa con la aplicación de algún método (condones, vasectomía, etc.), sino apoyando a sus parejas, respetándoles en la elección que ellas determinen, pero también educándose de manera rigurosa y seria en temas de salud sexual y reproductiva.
Como es natural, esto debe involucrar políticas que empiecen desde los espacios educativos a todos nivel con el fin de evitar la desinformación, desvirtuar tabúes y darle a la sexualidad sana el lugar que corresponde desde edades tempranas.
En conclusión, la anticoncepción es un derecho ineludible de la sexualidad sana que debe ser reconocido y protegido para todos. Es esencial que los sistemas sanitario y educativo garanticen que las personas tengan a información precisa y servicios integrales de salud reproductiva, así como la capacidad de tomar decisiones informadas y autónomas sobre sus propios cuerpos. Reconocer y promover la anticoncepción como un derecho compartido entre mujeres y hombres es un paso crucial hacia una sociedad más equitativa, saludable y respetuosa de las autonomías individuales.
Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO