Se dice que la información es poder. La frase se atribuye a Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII considerado un autor esencial para el desarrollo de la teoría política occidental.
Justamente en el ámbito político, tanto antes como ahora, la información es poder debido a que el conocimiento y control de la información estratégica y relevante dan a los actores políticos una ventaja significativa.
El espionaje y la recopilación de inteligencia han sido herramientas utilizadas para obtener información sobre las actividades y los planes de rivales y enemigos. Durante la intensa y tensionante Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la segunda mitad del siglo XX, la información se convirtió en uno de los recursos más valiosos.
Ambos bandos se esforzaron por obtener cualquier ventaja que pudiera inclinar la balanza a su favor, y en ese contexto nació un proyecto secreto y revolucionario conocido como Aquiline.
Por iniciativa de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, Aquiline tenía el objetivo de recopilar información altamente confidencial sobre los avances científicos y tecnológicos de los soviéticos. Pero en lugar de confiar en espías infiltrados, se decidió mirar hacia el espacio para obtener una ventaja estratégica.
El corazón de Aquiline eran los satélites espías Keyhole-11, conocidos como KH-11, que fueron lanzados en secreto al espacio durante la década de 1970. Estos satélites eran verdaderas maravillas de la ingeniería y la tecnología, equipados con cámaras de alta resolución capaces de capturar imágenes de todo lo que ocurría en la superficie desde la órbita terrestre, a unos 400 kilómetros de altura.
Con la mejor tecnología de la época, los KH-11 podían fotografiar objetivos enemigos y proporcionar detalles de áreas específicas con una resolución de hasta 15 centímetros, obteniendo información detallada sobre instalaciones militares y dando a Estados Unidos una ventaja significativa en términos de inteligencia militar.
El secreto que rodeaba al proyecto Aquiline era absoluto. Nadie sospechaba que se estaban tomando fotografías de instalaciones militares soviéticas desde el espacio.
Camuflados como simples satélites de reconocimiento meteorológico, las primeras imágenes de los KH-11 lograron exitosamente revelar información valiosa sobre la capacidad nuclear soviética, la ubicación de misiles balísticos intercontinentales y otros secretos estratégicos. La chuzada espacial le permitió a Estados Unidos un avance significativo en la guerra de la información y dar un paso adelante en la carrera armamentista.
El proyecto de vigilancia no estuvo exento de riesgos. Se requería un gran esfuerzo para que los KH-11 fueran lanzados y operados en secreto y para recibir y procesar las imágenes de forma eficiente, para lo cual se necesitaba una red de estaciones de recepción y equipos de análisis en tierra. Pese a las dificultades, Aquiline continuó operando a lo largo de la Guerra Fría, y los satélites fueron evolucionando y mejorando en varias generaciones, con características cada vez más refinadas en cuanto a tecnología y diseño para sus propósitos de espionaje.
La capacidad de obtener imágenes detalladas desde el espacio abrió nuevas posibilidades en el campo de la teledetección, que hoy usamos de manera extendida. Estas técnicas se basan en la utilización de sensores y dispositivos remotos tales como sensores ópticos, de radar y térmicos para recopilar información sobre la Tierra, como la vegetación, la topografía, la calidad del agua y otros parámetros ambientales.
Los satélites KH-11 demostraron la viabilidad y utilidad de estas técnicas al proporcionar imágenes de alta calidad y precisión, lo que ha revolucionado nuestra capacidad de comprender y monitorear el entorno terrestre.
SANTIAGO VARGAS
Ph. d. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional
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