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Opinión
Historias del cosmos: el telescopio Nancy Roman, una ventana indiscreta
Construidos para observar la Tierra con precisión, estos telescopios eran esencialmente ojos del espionaje orbital.
Instalación de es SASS-B (Solar Array Sun Shield) en el ensamblaje del barril exterior del telescopio espacial Roman en la Nasa Goddard. Foto: Jolearra Tshiteya
En 2012, un hecho insólito ocurrió en el mundo de la astronomía, cuando la Nasa recibió un regalo inesperado de una de las agencias más herméticas del gobierno estadounidense. El National Reconnaissance Office (NRO), conocido por operar los satélites espía más sofisticados del planeta, entregó no uno, sino dos telescopios espaciales completos, casi idénticos al telescopio espacial Hubble en tamaño y potencia óptica.
El gesto generó desconcierto. ¿Por qué un organismo dedicado a la vigilancia global donaría instrumentos tan valiosos a una agencia científica? La respuesta no estaba en los telescopios mismos, sino en su historia.
Construidos para observar la Tierra con una asombrosa precisión, estos telescopios eran esencialmente ojos del espionaje orbital. Estaban diseñados para rastrear, fotografiar y vigilar desde el espacio, capturando detalles milimétricos de ciudades, instalaciones estratégicas o movimientos en zonas de conflicto.
Pero ahora, alejándose del secretismo militar, uno de esos ojos cambiaría su mirada. Con una nueva misión científica, una nueva instrumentación, y un nuevo nombre, el Nancy Grace Roman Space Telescope, en honor a la mujer pionera de la astronomía espacial en la Nasa, se preparaba para girar su vista hacia el universo profundo.
El ingeniero óptico Bente Eegholm inspecciona el espejo primario de Roman. Foto:NASA/Chris Gunn
La transformación es, en apariencia, una historia de redención tecnológica, protagonizada por un instrumento concebido para controlar la Tierra que se convierte en una herramienta para explorar las galaxias, entender la energía oscura, y buscar planetas en otras estrellas.
Pero bajo la superficie, este cambio plantea preguntas, algunas más incómodas. ¿Qué significa para la ciencia aceptar un legado tecnológico de la vigilancia? ¿Hasta qué punto pueden separarse la intención original de un instrumento y el conocimiento que luego produce? ¿Y qué dice esta historia sobre la relación cada vez más cercana entre la ciencia, la seguridad y la ética?
A lo largo de la historia, la astronomía ha sido símbolo de la estrecha colaboración internacional. El cielo, a diferencia del suelo, no tiene fronteras. Sin embargo, los instrumentos que hoy permiten observar con detalle las profundidades del cosmos son también los que permiten mirar hacia abajo con una precisión que hace apenas unas décadas pertenecía a la ciencia ficción.
Satélites que detectan los signos sutiles de vida en exoplanetas pueden también identificar vehículos en movimiento en una ciudad. Sensores que captan la tenue luz de galaxias lejanas pueden revelar los cambios en una zona amazónica con solo comparar imágenes diarias. Y algoritmos entrenados para clasificar cúmulos estelares están siendo adaptados por empresas privadas para monitorear cultivos, redes de transporte o fronteras.
Esta dualidad tecnológica no es accidental. Y por eso, el caso del telescopio Nancy Roman, mucho más que una anécdota curiosa, es una ventana indiscreta, como la del fotógrafo interpretado por el actor James Stewart en la célebre película de Alfred Hitchcock, que nos permite espiar el delicado umbral entre el deseo de conocer y la voluntad de controlar.
En la película, el protagonista observa a sus vecinos desde su apartamento, y aunque al principio parece un simple pasatiempo, pronto se vuelve claro que mirar con demasiada atención puede tener consecuencias. En la ciencia, mirar también tiene implicaciones, porque observar el universo es una forma de intervenir en nuestra comprensión del mundo, de decidir qué preguntas hacemos, qué verdades buscamos y qué historias elegimos contar con lo que descubrimos.
Actualmente, el telescopio Nancy Roman es presentado como la próxima gran esperanza de la astrofísica. Se espera que cartografíe el universo con una amplitud y resolución sin precedentes, que nos ayude a entender por qué el cosmos se expande aceleradamente y que descubra miles de mundos más allá del sistema solar. Será, sin duda, un hito científico. Pero también es un símbolo. Un espejo que nos devuelve la imagen de una humanidad que, en su afán por conocerlo todo, también se vigila a sí misma.
Quizás lo más inquietante sea darnos cuenta de que, al mirar tan profundamente el universo, hemos aprendido también a observarnos a nosotros mismos con una precisión que jamás imaginamos. Lo que comenzó como un deseo de entender el cielo, ha terminado revelando cada rincón de nuestro mundo. Y como en la película de Hitchcock, una vez que abrimos esa ventana indiscreta… ya no podemos dejar de mirar.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional