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Opinión
Historias del Cosmos: Hubert Wilkins, el hombre que se empeñó en explorar las regiones polares a bordo de un submarino
Su expedición entró para siempre en los libros de historia como la primera en penetrar el hielo ártico.
En un viejo submarino sumergido bajo las frías aguas septentrionales del planeta, el constante vaivén de un péndulo oscilante revela que la Tierra no es una esfera perfecta. El experimento hace parte de una travesía propuesta por uno de los exploradores más intrépidos del siglo XX, el aviador, ornitólogo, fotógrafo y periodista Hubert Wilkins.
Tras haber crecido en un entorno rural donde su vida se entrelazó con las duras condiciones del desierto australiano, Wilkins pasó de ser un cazador de canguros a un apasionado aventurero que quiso desafiar las extremas condiciones de algunos de los lugares más inhóspitos del planeta.
Hacia finales de la década de 1920, junto con su colega aviador Carl Ben Eielson, Wilkins ya había explorado el norte de Alaska, haciendo el primer descenso de un avión terrestre sobre hielo a la deriva, y realizado el primer vuelo exitoso en avión sobre la Antártida.
Impulsado por la confianza que le brindaron estas frías aventuras, Wilkins se empeñó en explorar las regiones polares a bordo de un submarino, para lo cual utilizó uno antiguo usado en el canal de Panamá que estaba a punto de ser convertido en chatarra. Adecuado con herramientas para atravesar el hielo, el sumergible de 53 metros de largo, que bautizó como Nautilus, en homenaje al de la famosa novela de Julio Verne, partió de Nueva York en marzo de 1931 con destino al Polo Norte.
Una semana después de comenzar la travesía transatlántica, el Nautilus enfrentó mares agitados que causaron mareos severos en la tripulación y la avería de los motores, lo que forzó la cancelación de los planes iniciales. El Nautilus fue remolcado hasta las islas británicas, pero la obsesión de Wilkinson era infranqueable, y el objetivo de sumergirse bajo el hielo polar seguía en la mira.
Una vez reparado, el Nautilus partió de nuevo y con nuevos de la tripulación, entre los que se encontraba el experto en oceanografía Harald Sverdrup. Conforme el submarino se acercaba al cascarón de hielo, las condiciones a bordo empeoraron. La temperatura bajo cero causó que el aliento de la tripulación formara una capa de escarcha en el interior, y el ambiente se volvió claustrofóbico y extremadamente frío.
El Polo Norte geográfico visto desde el cohete Endurance a 768 kilómetros de altitud sobre el Ártico. Las tenues rayas rojas y verdes en la parte superior de la imagen son artefactos de destellos en la lente.
NASA
29/8/2024 Foto:NASA / Europa Press
Este terrorífico escenario no impidió que se desarrollaran experimentos, como la recolección de vida marina en el océano Ártico, y poner a oscilar el esperado péndulo para confirmar que su movimiento, influenciado por la gravedad, cambia con la latitud debido a la forma de la Tierra. Cerca de los polos, la gravedad es más fuerte, lo que hace que el péndulo se mueva más rápido, lo que indica que la Tierra es un esferoide oblato, ligeramente achatado en los polos y abultado en el ecuador.
El 28 de agosto de 1931, el Nautilus alcanzó el hielo a 82 grados de latitud norte, pero el Polo estaba 800 kilómetros más al norte. En la primera inmersión, el hielo rasgó la antena de radio, dejando al Nautilus sin comunicación con el exterior, lo que desató rumores de que la expedición había fracasado. Pero el problema principal era que el aparato había perdido parte de su estructura, algunas piezas cruciales para la maniobra del submarino bajo el agua.
Wilkins no tuvo más remedio que abortar definitivamente la misión para evitar que el Nautilus se convirtiera en una tumba para la tripulación. Sin embargo, su expedición ya había entrado para siempre en los libros de historia como la primera en penetrar el hielo ártico.
Tendría que pasar un cuarto de siglo para que otro submarino, con el mismo nombre y esta vez el primer submarino nuclear en la historia, realizara la primera travesía subpolar en agosto de 1958, apenas cuatro meses antes de la muerte del valiente Wilkins. Poco tiempo después, en una ceremonia en su honor, sus cenizas serían esparcidas en el lugar que siempre soñó conquistar, el punto extremo al norte de nuestro planeta.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional