Hace ocho años, Jaime Gutiérrez, médico y estudiante del doctorado en Ciencias Biológicas de la
Universidad de los Andes, quería crear un medicamento a partir de microalgas capaz de tratar el síndrome de membrana hialina en recién nacidos, una enfermedad que aparece cuando los pulmones del bebé están tan inmaduros que son incapaces de producir surfacante (la sustancia que facilita la respiración) y colapsan.
Como Gutiérrez no encontró un laboratorio en Colombia que trabajase con las microalgas de manera sofisticada y con tecnología de punta, decidió arse con un experto en el tema que sí lo hacía: el doctor V Sivasubramanian, director del Centro de Investigación Ambiental del Phycospectrum, en India, con más de 20 años de experiencia en descontaminar cuerpos de agua.
Durante esas conversaciones, Gutiérrez conoció las virtudes de las microalgas, su mecanismo para capturar y degradar contaminantes, y la manera de cultivarlas y usarlas en ciénagas, lagos, ríos y otros afluentes.
Aunque este no era su interés inicial, la técnica le pareció tan interesante y con tanto futuro en el país que decidió aprender lo que más pudiera.
“Me gusta creer que el
planeta es mi paciente más importante en este momento, así que estoy aplicando las ciencias básicas de la medicina para resolver los problemas que lo aquejan”, dice Gutiérrez, barranquillero de 39 años.
Para explicar cómo funciona el proceso, Gutiérrez da el siguiente ejemplo: si compramos un bulto de abono y nos comemos una cucharada, lo más probable es que nos intoxiquemos. Pero si utilizamos el mismo abono y se lo echamos a un manzano, por ejemplo, el árbol va a tomar estas sustancias y las va a transformar en algo no tóxico para el organismo, en una biomasa comestible, en una fruta. Pues algo similar ocurre con las microalgas: pueden utilizar muchas de esas sustancias contaminantes del agua para sus propios procesos metabólicos, mientras ayudan a limpiar el ecosistema.
“Cuando el profesor Sivasubramanian me muestra su tecnología, me doy cuenta de que es posible potencializarla con un fotobiorreactor que induce una mayor producción de biopelícula (una capa delgada de microorganismos que recubre una superficie) y les permite limpiar mucho más rápido el agua y generar biomasa, que después se utiliza para alimentar peces, producir abono orgánico o, incluso, energía”, explica Gutiérrez.
Según el investigador, el uso de microalgas es una alternativa ecológica eficiente y económica. No utiliza químicos, necesita menos del 15 por ciento de la energía que usan otras técnicas de limpieza y, además, ayuda a cuidar la atmósfera. En otras palabras: por cada gramo de biomasa que producen, capturan 1,87 gramos de CO2.
El plan piloto lo llevará a cabo en el complejo cenagoso Santiago Apóstol, en Sucre, en el cual desemboca el arroyo Grande de Corozal, hoy en día una cloaca que recibe la acumulación de desechos y los vertimientos de los alcantarillados de Sincelejo, Corozal, Morroa, San Juan de Betulia, Los Palmitos, Sincé y Galeras.
Según la Secretaría de Salud de la Gobernación de
Sucre, el 31 por ciento de los municipios del departamento no cuentan con un sistema de tratamiento de aguas residuales o lagunas de oxidación. La contaminación podría estar filtrándose hasta las aguas subterráneas que abastecen las cocinas, lavamanos y baños.
Para los pobladores es evidente que la mojarra, la pácora, el bagre y el bocachico ya no se pescan como antes, lo cual afecta su economía local. Pero también se quejan de los olores nauseabundos por el alto grado de descomposición de desechos industriales y basuras, así como por el desbordamiento del arroyo en época de lluvias.
Según cálculos de Gutiérrez, devolverle la vitalidad al complejo podría tardar entre ocho y doce meses. Sin embargo, es consciente de que se requiere un plan más coordinado, pues de nada sirve intervenirlo si diariamente recibe agua contaminada.
TATIANA PARDO IBARRA
Redactora de EL TIEMPO