Una niña tenía dos manzanas en sus manos. Cuando la mamá la vio, le dijo: “¡Uyy, qué delicia de manzanas! ¿Me regalas una?”. La pequeña, sin decir una palabra, mordió la primera manzana y después, para sorpresa de la mamá, le dio otro mordisco a la segunda... luego, se quedó pensando durante un minuto.
Mientras tanto, la madre seguía atónita por la tristeza. Pensó que era insólito que su hijita hubiera hecho semejante barrabasada; con seguridad, ahora le iba a entregar una manzana incompleta y baboseada. Decepcionada, incluso alcanzó a cuestionarse en qué momento había criado tan mal a su hija, al punto de mostrarse así de egoísta con ella.
La niña, sin percatarse de la desilusión tan profunda que le había causado, le entregó una de las manzanas, diciéndole: “Esta es la más dulce, mamá. Es la que más te va a gustar”. La mamá estaba tan conmovida que empezó a llorar.
Me encanta esta historia porque pone luz reflectora sobre algo en lo que yo aún tengo mucho por trabajar: juzgar. Lo más fácil cuando oímos una historia, leemos una noticia o alguien nos cuenta algo, es juzgar. En menos de un minuto formamos un juicio o sacamos conclusiones con la poca información que tenemos. Nuestra naturaleza humana nos hace creer que el futuro siempre será una versión de nuestro conocido pasado.
Así que la mayoría de las veces sacamos conclusiones por experiencias que hemos padecido, pero que no tienen nada que ver con lo que estamos viviendo en el presente.
Quizá de alguna manera creemos que juzgar a priori nos prepara para defendernos de lo malo que nos pueda pasar, perdiendo de vista que igualmente nos inhibe de presenciar lo bueno y de esperar lo mejor.
En la inmediatez de las redes de hoy en día, muy pocos somos tan juiciosos como para tomarnos el tiempo de cuestionar, investigar o profundizar lo que vemos. En menos de lo que dura un video de 15 segundos, ya nos hemos formado opiniones fuertes y radicales, sin contemplar que no todo es como lo interpretamos.
Trataré de recordar la historia de la niña y sus manzanas cada vez que crea que conozco a una persona por lo que otros dicen de él o ella. Pensaré en la desilusión, en vano, de la mamá por no haber supuesto lo mejor de su hijita, y contemplaré sobre sus lágrimas de emoción cuando me permita el tiempo de respirar y cuestionar antes de juzgar.
ALEXANDRA PUMAREJO - PARA EL TIEMPO