Les quiero contar sobre un experimento científico que se realizó hace más de 30 años en las montañas de Arizona, Biosphere 2. En este se recreó un ecosistema completo bajo un domo cubierto y cerrado en el cual se sembraron una diversidad de árboles y plantas. Ajustaron el oxígeno, el agua y hasta la luz para que todo estuviera en las condiciones óptimas para el crecimiento y desarrollo perfecto.
Encontraron que inicialmente los árboles efectivamente crecieron a una mayor velocidad que en su hábitat natural, pero apenas llegaban a cierta altura y a cierta maduración, se desdoblaban y se caían.
Al principio los científicos no entendían el fenómeno, ya que pensaron que habían creado el ambiente ideal para que los árboles sobrepasaran en todo sentido a los que están expuestos a los duros elementos del exterior.
Después de mucho análisis hicieron un descubrimiento que me pareció fascinante. Resulta que los árboles se caían solos porque al no haber sido expuestos a los vientos ni a las condiciones “difíciles” del exterior no desarrollaron raíces lo suficientemente fuertes ni profundas para sostener su propio peso.
Esto resume la sabiduría perfecta e infinita de la naturaleza, pero además es una metáfora innegable para nosotros en la vida. Nos la pasamos permanentemente tratando de controlar nuestro entorno para que sean unos domos cubiertos en condiciones idealizadas con la ambición de así ser felices. Juramos que si ajustamos lo exterior logramos perfeccionar nuestro interior.
Si buscamos en internet, hay millones de fórmulas para evitar el famoso y temible “estrés”. Los padres hacen campañas en los colegios para que no les den tareas a los niños porque les genera estrés. No se les puede decir que no porque les genera estrés.
Muchas veces evitamos conversaciones duras con nuestras parejas porque “qué estrés”. El tráfico genera estrés, el matrimonio genera estrés, la soltería genera estrés. Hoy en día, todo pareciera que todo nos genera estrés y es nuestro deber esquivarlo a toda costa.
¿Será que el tratar de suprimir todo lo que parezca dificultad nos ha vuelto más tolerantes a ello o, por el contrario, cada vez más nos estamos enfermando más, padeciendo más sus males y derrumbándonos más rápido?
¿Qué pasaría si entendemos que las adversidades y los obstáculos son parte integral de la vida y son indispensables para que desarrollemos raíces fuertes y sólidas, para que cuando venga un huracán o un tsunami a nuestras vidas podamos desdoblarnos con tranquilidad porque sabemos que nuestras bases son sólidas?
Qué tal si afrontamos las dificultades y los retos de frente, con la certeza de que están ahí para hacernos más sabios y resilientes en vez de suprimirlas y enmascararlas con cosas artificiales como medicamentos, trago o completa negación. Les pregunto: ¿qué pasaría si la próxima vez que la vida nos confronte con un fuerte ventarrón, en vez de renegar su existencia agradecemos por la oportunidad para aprender, crecer y evolucionar?