A diario me impresiona la falta de empatía que abunda en este país. Entendiendo empatía como la capacidad de uno de ponerse en los zapatos emocionales y sentimentales de un tercero, con el propósito idealista de tratar de entenderlo.
Por lo general, somos demasiado rápidos para estigmatizar y juzgar a las personas que son –de alguna manera– diferentes a nosotros, ya sea por sus ideas, su color de piel o su tendencia sexual. Sin ninguna misericordia se hacen burlas con memes en las redes, se lideran ataques personales sin ningún escrúpulo o simplemente se las aísla con el látigo de la indiferencia.
Lo más grave es que estas personas, que andan en su caballito de superioridad tildando a unos y a otros, son las mismas que se escandalizan por el bullying ascendente en los colegios, la violencia en las ciudades, la falta de civismo en las calles o la ausencia de paz en nuestro país.
¿Cuántos de nosotros no exigimos que nos entiendan o que se pongan en nuestros zapatos, pero la tolerancia se baja a cero cuando el zapato está en el pie ajeno? ¿Cuántos somos capaces de preguntar antes de acusar? ¿De tratar de entender antes de juzgar? ¿De ayudar antes de señalar?
Debemos recordar que todo lo que queremos para nuestros hijos y para nuestra sociedad no empieza con nuestros políticos ni con los directivos de un colegio, sino con el ejemplo que damos en casa. ¿Con qué autoridad moral les podemos decir a nuestros hijos que atacar a un compañerito porque le va mal en el colegio o porque es ‘ñoño’ o gordito es malsano, mientras nosotros sí podemos aniquilar la autoestima de una persona porque no piensa o no luce igual a nosotros?
Casi todos los conflictos a lo largo de la historia han sido generados por la intolerancia y la falta de empatía.
Creo que nunca podremos entender plenamente a otra persona hasta que hagamos el intento de cuestionar las situaciones desde su punto de vista o hasta meternos en su piel.
De tu lado con Alex