En medio del afán, la hiperconexión y esa avalancha de estímulos que enfrentamos a diario, nos volvimos expertas en seguir — y principiantes en detenernos. Dejamos de escucharnos. De hacer pausas para preguntarnos si lo que estamos viviendo realmente tiene sentido. Y, poco a poco, normalizamos el malestar, ignoramos las señales del cuerpo y la mente... hasta que un día, simplemente, colapsamos.
Mayo, mes de la salud emocional, nos invita a pausar y reflexionar: ¿será que lo que sentimos es solo cansancio… o es el alma pidiendo reajuste?
Esta historia comienza con un café y una conversación sincera entre dos amigas. Pero podría ser entre tú y alguien que amas. O entre tú... y tú misma.
Así que sirve tu taza, respira profundo — y acompáñanos en esta pausa necesaria, llena de Aroma de Emociones, para regresar al lugar más olvidado del día: tú mismo.
Ella llegó unos minutos después que yo. Sonrió, como siempre. Se sentó despacio, pidió un cappuccino y, antes de que pudiera preguntarle algo, soltó un suspiro largo.
— “Rebeca… estoy tan cansada.”
Pero había algo en su tono — en cómo decía “cansada” — que me hizo detenerme. No era solo su cuerpo el que pedía descanso. Era algo más. Algo más profundo.
— “¿Estás cansada de verdad, Jimena? ¿O será que estás insatisfecha?”
Guardó silencio. Bajó la mirada. Y como suele ocurrir en las buenas conversaciones entre amigas, entramos en uno de esos temas que todas sentimos, pero pocas nos atrevemos a nombrar.
Frunció el ceño, sorprendida por la pregunta.
— “No lo sé. Tomo vacaciones, descanso… pero sigo igual. Es como si nada realmente me llenara.”
— “¿Sabes que eso es más común de lo que parece? Confundimos cansancio con insatisfacción crónica. Cuando es solo cansancio, un buen descanso basta. Pero cuando hay un desajuste entre lo que hacemos y lo que sentimos… ni un mes de vacaciones alcanza.”
La verdad es que estamos exhaustos, pero no siempre es por cansancio. A veces es por vivir en automático, tratando de cumplir con todo, sin preguntarnos si todo eso todavía tiene sentido.
Dormimos y despertamos con el celular en la mano. Pasamos el día reaccionando — a correos, a mensajes, a demandas infinitas. Y cuando por fin tenemos un rato libre, estamos tan saturados que ya no sabemos cómo usar el silencio a nuestro favor.
Me miró como quien escucha algo que ya sabía, pero no había querido aceptar.
— “A veces parece que mi cuerpo descansó, pero mi mente sigue girando.”
— “Porque eso es lo que en verdad está pasando. Vivimos en un estado de hiperconexión. Estamos disponibles todo el tiempo. Respondemos mensajes en el semáforo, escuchamos un audio mientras pensamos en otro. Cambiamos momentos de silencio por un feed infinito de estímulos. Y cuando por fin paramos… el cerebro sigue en modo alerta. Y eso, Jimena, tiene un precio.”
— “¿Como cuál?”
— “Agotamiento emocional silencioso. Según la OMS, los trastornos de ansiedad y depresión aumentaron más del 25% tras la pandemia. Y mucho de eso se debe a este ritmo insano que hemos normalizado.”
Sonrió, apenas.
— “Entonces, ¿no es solo conmigo?”
— “No. Nos pasa a muchos. Me pasa a mí también, si no me cuido. El cerebro necesita pausas conscientes para procesar emociones y restaurar el enfoque. Hay un estudio de Killingsworth y Gilbert que lo deja claro: sin esas pausas, nos volvemos más vulnerables a la ansiedad, al burnout y a enfermedades psicosomáticas.”
Ella miró por la ventana, pensativa.
— “¿Sabes qué es lo peor? A veces ni siquiera sé lo que quiero. Solo sé lo que los demás esperan de mí.”
— “Porque hemos tercerizado nuestra identidad. Esperamos que otros nos digan quiénes somos. Pero nadie puede hacer eso por ti. Solo tú sabes lo que quieres, cómo lo quieres y con quién lo quieres.”
Guardó silencio. Uno de esos silencios valiosos.
— “¿Y cómo se descubre eso?”
— “Con autoconciencia. Y eso solo nace cuando creamos espacio interno. El psicólogo Daniel Goleman dice que la autoconciencia es la base de la inteligencia emocional. Y para eso… necesitamos silencio.”
— “¿Silencio?”
— “Sí. El silencio es un recurso olvidado. Es ahí donde ocurre la escucha interna. Sin estímulos externos, empiezas a distinguir qué es realmente tuyo… y qué es solo ruido del mundo.”
Ella sostuvo su café, aún caliente.
— “Qué curioso. Pensé que necesitaba respuestas, pero creo que solo necesito escucharme.”
— “Exacto. El neurocientífico Luciano Floridi estudia la infodemia — el exceso de información — y dice que el problema no es la falta de datos, sino el exceso de estímulo y la falta de sentido. Estamos saturadas por fuera y desconectadas por dentro.”
Ella respiró hondo. Por primera vez desde que llegó, su cuerpo parecía presente.
— “Entonces… ¿por dónde empiezo?”
— “Por pausas pequeñas. Nada radical. Unos minutos antes de dormir, por ejemplo. Cierra los ojos y pregúntate: ¿Qué fue realmente mío hoy? ¿Qué quiero repetir mañana? ¿Qué necesito soltar?”
Sonrió con suavidad. Un gesto sereno. Con más calma que prisa.
— “Gracias. Creo que hoy empecé a volver a mí.”
Y me quedé allí, sola en la mesa, con un pensamiento que ahora comparto contigo:
¿Estás cansada… o estás insatisfecha?
Antes de terminar el día, regálate cinco minutos de pausa.
No para hacer.
No para responder.
Sino para escucharte.
Silencia un poco el mundo — y escúchate con honestidad.
Ese es el primer paso de cualquier sanación emocional. Y comienza cuando decides, con valentía, volver a ti.
Si esta conversación despertó algo en ti, tal vez sea el momento de escucharte con más suavidad. De preguntarte, con honestidad, qué sigue siendo tuyo en esta rutina tan llena — y qué necesitas soltar.
Y si mientras leías pensaste en alguien — esa persona que vive al límite, que sonríe por fuera pero está apagada por dentro — comparte este texto con ella. A veces, la sanación comienza en un café, en una charla sin pretensiones.
Nos reencontramos en la próxima quincena. Un café más. Una pausa más. Otro encuentro lleno de aroma de emociones — donde una buena conversación con un amigo puede ser el primer paso para volver a ti.
Hasta pronto. ☕
— Rebeca Macedo Duarte, Empresaria y Especialista en Inteligencia Emocional @rebecacmacedo