Opinión

Me echaron

La sensación de fracaso que queda después de salir de un trabajo no se borra ni con todas las duchas del universo.

Escritor y columnistaActualizado:
Una amiga está de muerte porque la acaban de echar del trabajo, un puesto por el que han pasado tres personas en dos años, ya que nadie da la talla. Ella esperaba ser la excepción, pero hace unas semanas le notificaron que iba hasta junio, tiempo que necesitan para encontrar un reemplazo y entrenarlo (y despedirlo a los seis meses, seguramente).
Me lo contó en confidencia y traté de consolarla torpemente hablando de mí, que es lo que solemos hacer los egocéntricos que nos creemos el centro del universo, solo para caer en cuenta de que me han echado de empleos varios al menos siete veces. En uno me sacaron un martes al final de la jornada y me recontrataron dos horas después porque, ya sin censura de por medio, empecé a decir lo que pensaba de la empresa, lo que les hizo entender a mis jefes que pocos como yo conocían los problemas que atravesaba.
En otra oportunidad duré dos meses porque acepté por dinero un cargo que me hacía tremendamente infeliz, así que, en vez de hacer el trabajo por el que me habían contratado, llegaba a la oficina a jugar con la grapadora y a ir al baño como si tuviera cistitis. El día que fui a renunciar, justo después del almuerzo, mi superior me dijo que esa misma tarde iba a despedirme, por lo que me perdí de una para nada despreciable liquidación. Años después renuncié a otro trabajo para irme a una mejor empresa, y la dueña me dijo que me sacaba ella antes de verme abandonando el barco. Tremenda egocéntrica la señora, peor que yo, así que esa vez me gané el dinero que había perdido en el trabajo anterior por irme antes de tiempo.
Y al margen de otro par de echadas protocolarias sin nada raro que resaltar, la última vez que me sacaron de una compañía pasó porque llegué a pedir un aumento, y el gerente más o menos me preguntó que quién diablos era yo. Su antecesor me había contratado en un intento de expansión corporativa que salió mal, y yo, en vez de pasar de agache, decidí recibir a la nueva istración pidiendo más dinero, justo cuando la compañía perdía millones a chorros. A mi favor debo decir que dicha marca ya no existe y que yo fui la primera de cientos de salidas, miles en todo el mundo. Hoy de aquel lugar no queda ni el barrendero.
El punto es que, con justa causa o sin ella, la sensación de fracaso que queda después de salir de un trabajo no se borra ni con todas las duchas del universo, tampoco con todos los consuelos. Habrá que ver por qué, y la explicación debe ser más sencilla y obvia de lo que pensamos, pero en general no sabemos lidiar con la frustración, con no sentirnos a la altura de algo. Del mismo estilo de la tusa de mi amiga, yo me he sentido el peor cuando termino una relación amorosa. Alguna vez estuve comprometido para casarme, y cuando todo terminó preferí borrarme del mundo antes que acudir a mis amigos para contarles que estaba triste. Es curioso cómo damos por sentado que amar a alguien es fácil, cuando en realidad se trata de las cosas más exigentes a las que se puede someter un ser humano.
Habrá que ver por qué, y la explicación debe ser más sencilla y obvia de lo que pensamos, pero en general no sabemos lidiar con la frustración, con no sentirnos a la altura de algo
Pero de todo lo que me causa frustración y dolor, creo que lo que más es cuando me echo comida encima. Es que no lo soporto, al punto de que me cuenta mi madre que una vez, a los tres años, me regué un jugo de guanábana y armé un escándalo que casi toca llamar al Esmad. Hoy me pasa que si me cae una sola gota de comida encima, empiezo a regañarme como si hubiera cometido el más imperdonable de los errores. Tanto que sería mejor regarme todo el plato que apenas un pedazo de lechuga.
Algo similar pasa cuando me muerdo el labio masticando, como si toda la vida hubiera comido compota y apenas ahora estuviera enfrentándome al primer pedazo de comida sólida de mi vida. Eso sí, me tiene sin cuidado decir que me han echado siete veces de un trabajo porque creo que eso no me define, mientras que la torpeza con la que manipulo los alimentos habla con todas sus letras del tipo de subnormal que puedo llegar a ser.
ADOLFO ZABLEH DURÁN

Sigue toda la información de Opinión en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.

Conforme a los criterios de

Saber más

¡Notamos que te gusta estar bien informado!

¡Notamos que te gusta

estar bien informado!

Para continuar leyendo, si ya eres suscriptor:

En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información aquí