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Noticia

La rabiosa ‘Avidez’ de la chilena Lina Meruane

Un libro de cuentos con personajes en estado de necesidad extrema; cada uno es un puñetazo.

Lina Meruane, escritora chilena nacida en 1970.

Lina Meruane, escritora chilena nacida en 1970. Foto: Isabel Wagemann

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Voracidad. Hambre. Esas sensaciones son constantes en los personajes de los trece nuevos cuentos de la escritora chilena Lina Meruane (1970), en un libro con un nombre que no deja dudas, Avidez, donde cada historia tiene un final que es como un puño en el estómago.
Portada del libro de cuentos Avidez, de Lina Meruane.

Portada del libro de cuentos Avidez, de Lina Meruane. Foto:Cortesía Páginas de Espuma

No es para menos. El golpe llega al descubrir, por ejemplo, por qué una mujer se niega a que le cierren un agujero que ha quedado abierto en una cirugía, o por qué dos hermanitos han soportado las penurias más crudas de la calle por conseguir un regalo. El hilo conductor es tan sólido que es difícil descubrir que fueron textos sueltos, escritos a lo largo de décadas (entre 1994 y el 2023) y que se unieron solo para este libro.
Meruane, elogiada como novelista, ensayista y pensadora –ha escrito textos que van desde la dictadura hasta la situación de Palestina, con la que tiene una relación por sus ancestros– estará en la próxima Feria del Libro de Bogotá presentando este descarnado conjunto de relatos y otros textos suyos, que han marcado su quehacer en el último año.

Una constante más en los cuentos de Avidez puede ser la orfandad...

Nunca sé por qué aparece lo que aparece en un relato. En los cuentos es donde menos lo controlo. De pronto, hay una imagen: aparecen los niños de La huesera –uno de los cuentos– y no sé por qué son los protagonistas. En las novelas hay un poco más de control, porque son textos de mucho más tiempo. Pero los cuentos, para mí, funcionan a partir de la aparición de personajes, a veces de una voz. No pensé en la orfandad como tema. Pero sí me interesa la infancia como tiempo y lugar de formación de una psiquis. En mi primer libro, Las infantas, hay dos princesas que escapan del mandato corrupto de su padre. No hay madres o están desaparecidas. Para mí, podría ser una representación de la dictadura, pero me interesaba la transición a la adultez, cómo se les impone un cambio de normas de vida a las mujeres, más marcado que el de los hombres.

Sangre en el ojo fue una novela que dio luz sobre otra inquietud suya. ¿Qué representa para usted ahora?

Es como mi novela importante. Encontrar la manera de escribirla fue un hallazgo fortuito después de muchos intentos fallidos. Fue una novela feliz, porque tuvo un premio importante –el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, en México, en 2012–, y de pronto se leyó mucho. Además, es relevante en mi trayectoria como pensadora, porque he trabajado el tema de la enfermedad en la literatura, presente en la trilogía de novelas Fruta podrida, Sangre en el ojo y Sistema nervioso.

¿En qué otros textos lo ha trabajado?

Hice un ensayo sobre el impacto del sida en la literatura latinoamericana –Viajes virales: la crisis global en la escritura del sida (2012)–. Y volviendo a Avidez, también aparece la enfermedad. Está en un cuento como Lo profundo, en el que una mujer operada se niega a que le cierren el agujero que le abrieron para drenar el pus. Se niega al discurso médico y de salud porque encuentra utilidad económica en ese agujero.

Pese a ser cuentos de distintas épocas, ¿cómo encontraron un punto común en Avidez?

El editor preguntó si tenía un libro de cuentos, y me fui a rebuscar. Encontré algunos que podrían girar en torno a esta palabra que fue como el paraguas: ‘avidez’. Se quedaron por fuera los que no tenían conexión. Pero me sorprendió encontrarme con tantos que giraban alrededor del hambre, de la necesidad, del deseo de satisfacer una obsesión. El orden de los cuentos no se da por su tiempo de escritura. Su orden es el de la vida de los protagonistas. Había cuentos de niños que se parecían más entre sí y había otras obsesiones más propias de la adolescencia y otras de la adultez. Había un hilo narrativo a través de la edad de los personajes.

¿Qué viene para usted en este 2024?

Es un año de libros cortos para mí. Está la recopilación de Avidez. Luego, Señales de nosotros, libro a manera de crónica sobre la dictadura. Partió de lo que iba ser un prólogo a una compilación de textos sobre la democracia. Pero ese prólogo acaba siendo un pequeño libro que acompaña a otro, que es la compilación. Se llama Los que no ven. Y acaba de aparecer un libro de ensayo corto: Coloquio de las quiltras. Quiltra es como en Chile llamamos a los perros callejeros. Es un coloquio de ficción en el que dos perras de la calle, activistas o militantes feministas, hablan del feminismo actual.

¿De dónde surge cada género que aborda?

Cuando escribo ficción sigo a un personaje y cuando escribo crónicas me sigo a mí misma. Cuando escribo un ensayo, estoy siguiendo una idea. Dependiendo de lo que aparece en mi horizonte de reflexión o de imaginación, termino escribiendo. Pero desde el inicio he cruzado géneros, como en El coloquio de las quiltras.

¿Qué le inquietaba del feminismo?

En un momento me pidieron una charla, y me gusta pensar en qué están los feminismos, no el feminismo en singular. Porque los feminismos se han multiplicado hasta el punto de que hasta hay corrientes feministas contrarias. Está la pregunta de en qué medida nuestro cuerpo es nuestro: si lo es para el aborto, también tendría que serlo para salir con ropa mínima a la calle. Pero para una feminista como yo, es una manera de objetivarse para la mirada masculina. Pero para las más jóvenes, es su libertad de lucir como quieren. Eso me llevó a reflexionar sobre mi propia posición. Está la cuestión de los transfeminismos. Hay partes del movimiento feminista que excluyen a las mujeres trans. Otras dicen que las mujeres trans son igualmente violentadas. Y están las feministas interseccionales. Cuando escribo un ensayo, me obligo a reflexionar e incluso a ir a contracorriente de mi propia formación.

El tema de la dictadura también está en sus textos recientes...

Hay un contexto que es difícil de eludir, porque es decisivo en los años de formación. Uno siempre está recogiendo cosas que salen de esa edad temprana. El golpe militar se dio cuando tenía 3 años, pero mi educación fue marcada por las lógicas de la dictadura. Hablo de cómo fue crecer en la dictadura en un colegio donde no se hablaba de política. En ese contexto, me demoré en entender que vivía en una dictadura, en una situación homogénea con otros niños, que tampoco lo sabían. Entender cómo una pudo crecer tantos años sin saberlo y lo que significó entenderlo de pronto es el tema del libro.

De vuelta a Avidez, ¿qué le han dicho los lectores?

Me llamó la atención que comentaban lo duro que era el libro. Si bien estoy acostumbrada a temas fuertes, pensé que, como los cuentos se escribieron de forma independiente y cada uno era un pequeño puñetazo en el estómago, no se notaba tanto si se leían de a uno, pero sí cuando están juntos. También han notado el sentido del humor, que es bastante negro y ácido. Me alegré porque hallaban la ironía. Valoré que vieran el trabajo literario y de estilo en los relatos. Si el tema es político o personal, para mí no es tan importante como lograr que el texto se levante por sí mismo y encuentre su propia solución estética.

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