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Opinión

‘Aquí todos somos hinchas’

El propósito nacional debería orientarse a unir esfuerzos para garantizar el derecho a la educación en todas las modalidades y en todos los sectores.

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Contó Nelson Mariño, en ‘La Silla Vacía’, que vio al ministro de Educación, Daniel Rojas, coreándole “asesino” a un futbolista en El Campín. Cuando le preguntó por el ejemplo que daba, el ministro le contestó, “Aquí todos somos hinchas”. Su frase ilustra el nivel del discurso político y mediático que circula (no solo) en el país, caracterizado por una vociferación de consignas, cuyo subtexto cuestiona el saber educativo, como si fuera propio de una élite obsoleta.
La oposición entre las consignas que caben en una pantallita de teléfono y el trabajo de construir conocimiento es la gran paradoja de esta “Sociedad de la Información y el Conocimiento”. Aquella fe en la sustitución de títulos nobiliarios o de tierras por méritos académicos, que situó en la educación la posibilidad de construir sociedades igualitarias, está en crisis, como lo demuestra la sospecha que les merece a políticos como Milei o Trump y a sus electores, por citar apenas dos ejemplos, el discurso académico, que no da votos, ni detiene guerras ni cambia el destino de un país.
En ese contexto, las recientes declaraciones de la congresista Susana Boreal no suenan excepcionales: “Obligar a un niño a asistir al colegio me parece una forma de violencia y... de adoctrinamiento, porque es obligar al tiempo de una persona a que esté en un lugar que muchas veces no quiere estar (sic)... la mayoría van a estar sentados en una silla ocho horas escuchando un montón de cosas que no les va a servir para absolutamente nada en sus vidas” (sic). La congresista confundió el derecho a la educación con la escolarización que puede ser objeto de crítica y mejora, pero que no exime a los adultos de la corresponsabilidad de garantizar ese derecho de los niños.
La oposición entre las consignas que caben en una pantallita de teléfono y el trabajo de construir conocimiento es la gran paradoja de esta 'Sociedad de la Información y el Conocimiento'
Esa resistencia de la congresista frente a la institución escolar es compartida por muchos sectores. En un extremo, hay quienes desertan de la escuela por situaciones apremiantes de supervivencia, en las que no logran conectar la pertinencia de sus contenidos con la mejora de sus condiciones. En el otro, la resistencia se relaciona con una mutación hacia otras formas de autoaprendizaje, en las que la educación formal se considera irrelevante para el éxito económico y social.
Si bien la escuela es el lugar en el que una sociedad escenifica sus concepciones del saber y sus consecuencias políticas, no es inmutable ni está aislada del mundo, ni garantiza tampoco la igualdad ni la felicidad de forma automática y, menos, en nuestro sistema educativo que ha reflejado la violencia y la inequidad en la que seguimos inmersos. Sin embargo, pensar el saber académico como una disputa entre privilegiados y excluidos reduce las posibilidades de hacer preguntas de fondo: ¿por qué ir a la escuela en este tiempo y en este país y cómo trabajar juntos en ese laboratorio de nación que está en su esencia?
Frente a un sistema educativo escindido, desmoralizado y enfrentado a la incertidumbre de un mundo que parece despreciar ese tiempo de la vida destinado al aprendizaje, el propósito nacional debería orientarse a unir esfuerzos para garantizar el derecho a la educación en todas las modalidades y en todos los sectores, pero a eso ayudan poco los mensajes de los líderes políticos. “El error de Bonilla es la ingenuidad académica, pensar que todos tienen la misma altura intelectual”, dijo el Presidente en estos días, al aceptar la renuncia del ministro de Hacienda, y otro día se refirió a “El negocito de la universidad privada”, como gritando una consigna. Lo que impiden esas frases es, precisamente, la obligación de educar otros discursos para cuestionar y cambiar el sistema educativo y político desde dentro: con las mismas herramientas cognitivas para todos.
YOLANDA REYES

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