El mundo entero se paralizó con la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra. Los noticieros pararon, los líderes mundiales se inclinaron, el palacio de Buckingham se llenó de cartas de sus ciudadanos adoloridos, las embajadas se inundaron de flores en su recuerdo, hubo llantos, júbilos, éxtasis.
Isabel II no era solo reina, se fue transformando en un ícono británico, rivalizando con todo aquello que en las Olimpiadas de Londres (2012) fueron escenificados con su venia: The Beatles, el agente de su majestad 007, el pichirilo Mini Cooper, y otros del mejor humor inglés como Mr. Bean: no dejo de recordar las carcajadas públicas cuando este famoso bromista, en uno de sus videos, haciendo las veces de mesero, tiene que saludar a la monarca, quien pasa revista, pero se le traba la bragueta de su pantalón, y cuando la tiene al frente, muerto de susto, la saluda y termina tumbándola.
El reconocido artista Andy Warhol, quien hizo de la sopa Campbell su principal ícono pop, también la pilló, y junto con los de Jacqueline Kennedy, John Lennon, o Michael Jackson, incluyó a su majestad Isabel II captándola en 4 retratos los colores británicos que eligió su majestad para dos de sus prendas favoritas que le darán identidad, el sombrero y su bolso: rojo, azul y negro.
Al ver la ceremonia fúnebre que dejó prevista la misma reina desde el código de despedida –“el puente de Londres ha caído”– hasta los pasos de coronación de su hijo y las acciones religiosas y demás solemnidades, queda uno conmovido con la belleza y formalidad inglesa como uno de sus principales aportes de su reinado: el apego a los ritos de su cultura… a las 3 de la tarde se toma té, incluso con un original invitado, el osito animado Paddington.
Se puede sentir envidia ante la arremetida que estamos viendo de ausencia de las más mínimas normas de cortesía y respeto en un nuevo Gobierno Nacional. Como muestra, un botón: uno de sus senadores, borracho en Cartagena, contrata en la calle una “dama de compañía” y, al no poder entrarla a su hotel, acusa a la autoridad de asesinos y les enrostra las más indecibles sandeces. Al siguiente día, por redes justifica su locura: el borracho del escándalo no es él sino otro que lleva adentro y que manda urgente a que haga rehabilitación mientras él, sano, ejerce de padre de la patria. ¿Qué dirá la reina? Algo sabemos: los ritos y tradiciones de las sociedades son la mejor defensa contra la violencia y las fracturas internas.
ARMANDO SILVA