La derrota de Kamala Harris fue un golpe (también para mí). La primera reacción de partidarios demócratas fue rabia y desprecio hacia los votantes, por 'intelectualmente primitivos'. Esa reacción, además de arrogante, es torpe; es la forma de asegurar que en la próxima elección se va a repetir el resultado.
En 1950 un estudio de la Asociación Política Americana reclamaba la necesidad de un sistema político más polarizado. Se lamentaba entonces que los partidos contenían tal diversidad de opiniones que despistaban al elector, que migraba de uno a otro. Años después Kennedy se quejaba de lo contrario; le parecía que era peligroso añadir las divisiones políticas a las muchas que ya aquejaban a la sociedad.
Hoy la polarización es clara. Una encuesta de Pew encontró que el 45 % de los republicanos y el 41 % de los demócratas consideran que el otro partido es una amenaza para los intereses de la Nación. Cada partido entra a las elecciones con un número asegurado de votos; es inútil tratar de convencer a los adversarios.
Entonces, las elecciones las decide una población independiente, no mayoritaria, que migra según las circunstancias. En estas elecciones el comportamiento de los diferentes grupos poblacionales fue sorprendente. El 45 % de los latinos votaron por Trump (un 26 % más que en las votaciones anteriores), también 39 % de los asiáticos, 13 % de afroamericanos, 46 % de las mujeres y 46 % de los jóvenes de entre 18 y 29 años. Los únicos grupos que migraron (muy poco) en la otra dirección fueron las mujeres blancas con título universitario y los mayores de 65 años.
La realidad desconcertante es que la elección de Trump no la decidieron hombres blancos, sino latinos, negros, jóvenes y mujeres. Un hecho difícil de aceptar para muchos progresistas. La prensa informó de un grupo de feministas que en represalia se raparon y juraron no tener sexo con hombres durante cuatro años. No leyeron bien los resultados.
Si en algún momento nos enfrentamos a la situación hipotética de un país polarizado, convendrá recordar que al votante hay que escucharlo.
Los electores independientes parecen tomar su decisión negativamente motivados. Es decir, no votan por quien más los convenza sino por quien menos rechazo produzca.
Pero ¿cómo una mujer liberal, amable, inteligente y culta pudo producir más rechazo que un personaje tan antipático como Trump? Los motivos no se basan en abstractas teorías económicas y geopolíticas. Son personales, relacionados con la vida diaria, el bienestar y la estabilidad.
El 80 % de encuestados señalaron como su mayor preocupación la inflación. La emigración les preocupó por posible competencia en los puestos de trabajo y por una afectación hipotética de la seguridad. Los emigrantes que ya están establecidos votaron por Trump, no por la teoría de la balsa llena, sino por la preocupación de perder un prestigio duramente logrado en su sociedad, con vecinos que los estiman y compañeros de trabajo que confían en ellos. Muchos jóvenes quieren estudiar para capacitarse en una profesión y no comparten la reciente situación de protestas e inestabilidad en las universidades.
Electores que antes se inclinaban por el Partido Demócrata sienten que este se identificó con la lucha por derechos de identidades y grupos minoritarios, que se deformó y derivó en el movimiento Woke, cada vez menos liberal y más intolerante. Ven a los demócratas como santurrones predicadores, alejados de los afanes cotidianos de la mayoría.
Se pregunta uno si de esto se pueden sacar conclusiones para casos diferentes al estadounidense. Cada situación histórica es diferente, pero si en algún momento nos enfrentamos a la situación hipotética de un país polarizado, en el que el triunfo electoral depende de una población no partisana, que vota por quien menor rechazo le produzca, convendrá recordar que al votante hay que escucharlo.