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Del amor y de la amistad

La amistad es más razonable, más generosa, y es siempre capaz de atravesar huracanes y tsunamis.

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Una de las cosas interesantes de tener muchos años es que permite sopesar ya las experiencias de vida acumuladas. Pienso entonces que he adquirido una cierta lucidez en relación con muchos de los temas que considero complejos o existenciales, quiero decir con temas que me han atravesado la vida.
Hablaré entonces del amor (ese amor cantado por Édith Piaf o declamado por el poeta, “sé que el amor no existe pero sé también que te amo”, o el amor de Florentino y Fermina Daza) y de la amistad. El amor y la amistad, una dupla de emociones que siempre han estado muy presentes y han sido definitivos en mi recorrido vital.
Y les cuento que hoy aprecio y valoro mucho más la amistad que el amor, ese imposible que, por cierto, iluminó mi vida más de una vez. Es sin duda por amor que llegué a Colombia. Ya lo saben, por amor a un colombiano que conocí en las calles de París de los años 60. Pero el amor es volátil, etéreo, frágil, y supe rápido que en materia de amor no existía economía posible del dolor. No hay recetas que valgan y como mujer, todavía no feminista, ya intuía que nunca el amor sería capaz de responder a mis demandas, tema transcendental que, años más tarde, pudimos profundizar con la sabiduría de algunas grandes feministas psicoanalistas.
La amistad está hecha de un material que resiste, que se deja reparar, que se restaura después de una tempestad como un viejo mueble de madera fina que con el tiempo se desgasta pero que siempre es posible renovar.
En fin, para mí, el amor fue siempre un imposible; lo encontré varias veces, lo traté de domar, pero sin éxito; sin embargo, reconozco que le debo algunas noches y amaneceres que nunca podré olvidar. Y hoy sé que lo que a menudo mata el amor son los múltiples mitos que siguen alimentando su historia y envenenándolo, como este insoportable mito de la fusión, del “yo soy tú, té eres yo y los dos somos por fin uno solo”.
En cambio la amistad, por lo menos desde lo femenino, no tiene ese compromiso tan radical de colmar todas las expectativas, las demandas o los sueños. No, la amistad es más razonable, más generosa, y es siempre capaz de atravesar huracanes y tsunamis sin vacilar.
La amistad está hecha de un material que resiste, que se deja reparar, que se restaura después de una tempestad como un viejo mueble de madera fina que con el tiempo se desgasta pero que siempre es posible renovar. La amistad envejece bien, ite las arrugas de la vida, las decepciones y las ausencias. En la amistad uno está dispuesto a aceptar que el otro, la otra, pueda ser concebido/a y aceptado/a como un extranjero o una extranjera.
De vez en cuando pienso en mis amores heterosexuales de los años 60, 70 y aun 80, amores que se vivían con estos hombres aún tan patriarcas, tan seguros de ellos mismos, tan poco dispuestos a aceptar la diferencia, y me alegro de que mi generación haya trabajado para volver estos encuentros amorosos quizás menos complejos con las preguntas sobre la masculinidad y la apertura de la palabra femenina y de un lugar para el deseo femenino.
También la apertura y aceptación de nuevas maneras de amar, de amores lésbicos y encuentros desde el reconocimiento de las diversidades identitarias que complejizan los amores; no obstante, creo que el dialogo de Serge Gainsbourg y Jane Birkin sigue siendo válido cuando el uno dice “yo te amo”, a lo cual el otro (o la otra) responde “yo tampoco”.
Y bueno, vuelvo y termino con la amistad. Muchas de mis grandes amigas y amigos están lejos de Bogotá, pero no tengo ninguna duda: la amistad está a salvo, siempre lo estará, con nubes, con vientos y pequeñas tempestades. Pero no tengo ninguna duda: la amistad está a salvo.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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