Un muy reciente y largo recorrido dominguero en la Universidad Nacional me hundió en una inmensa nostalgia de los 30 años que viví –los 70, 80 y 90– en el Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias Humanas. Estas tres décadas que fueron definitivas para mi extraño enamoramiento del país durante quizás los años más turbulentos del siglo XX.
Recorrí los caminos que llevan de una Facultad a otra y me costó reconocer la universidad de hoy, sus nuevos edificios, la restauración de aquellos viejos inmuebles blancos de esta incomparable ciudad blanca, los nuevos espacios verdes con mesitas y bancos de madera para el tinto de los y las estudiantes, la terraza del edificio de Ciencia y Tecnología, desde donde uno tiene una muy amplia vista de la ciudad, y claro, la plaza Che (aún en obras), plaza que en mis primeros años en la Nacho se llamaba plaza General Santander, plaza que hoy no es ya tanto del Che, pues ese mítico personaje comparte ahora el espacio con Jaime Garzón, Virginia Gutiérrez de Pineda, Delia Zapata Olivella y con el reconocido matemático Yu Takeuchi.
Y me alegro de que dos mujeres acompañen ahora al Che porque creo que en el silencio de las noches, cuando la plaza está desierta, ellas debaten algunas de las utopías revolucionarias del comandante mientras Jaime Garzón lanza algunos chistes humorísticos relacionados con los acontecimientos políticos actuales y el doctor Takeuchi trata, sin mucho éxito, de explicarles que las matemáticas son pura poesía.
Recordando a ese propósito los interminables debates de mi grupo Mujer y Sociedad, que nació en la década de los 80 y buscaba feminizar esta implementación aún tan patriarcal de los saberes.
Y, claro, muchas emociones recorriendo el jardín de Freud, ese jardín histórico de Ciencias Humanas donde se hablaba muy poco de Freud pero donde se tejían pequeñas guerrillas y grandes discursos revolucionarios, a veces acompañados de Antanas Mockus sentado en el pasto en medio de disertaciones filosófico-poéticas que olían a este humo dulzón de la marihuana.
Y cómo olvidar los peores tintos de mi vida colombiana que tomé en cada una de las cafeterías de la U. Cómo no tener nostalgia de estos años pasados en la Nacho, esta bella ciudad con diseño de búho, nostalgia cuando me acuerdo de estas generaciones de estudiantes que tuvieron que aguantar cierres de semanas e incluso de meses. Y hoy sé que la Universidad Nacional ha cambiado, pero sé también que sigue siendo el mejor centro de los saberes del país.
Sí, mucha emoción ante ese bello Museo de Arquitectura Leopoldo Rother, de origen alemán, quien participó en la planificación de la ciudad blanca; mucha emoción sentada en el último piso del edificio de posgrados Rogelio Salmona, mucha emoción entrando en el auditorio Virginia Gutiérrez de Pineda y de algunos otros que hoy día tienen nombre de mujer, recordando a ese propósito los interminables debates de mi grupo Mujer y Sociedad, que nació en la década de los 80 y buscaba feminizar esta implementación aún tan patriarcal de los saberes y de las pedagogías del momento; mucha emoción recordando de repente las numerosas marchas, corriendo ante la policía y huyendo de los gases.
Sin olvidar tantas promociones excelentes de estudiantes que me enseñaron más que cualquier reunión de profesores y sobre todo que, en esta universidad, tuve el enorme privilegio de conocer a los mejores investigadores del país, aquellos –sí, en masculino porque era aún la gran mayoría– que contribuyeron a mis primeros acercamientos políticos de este país que me adoptó tan generosamente.
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad