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Opinión

Florence, una feminista nostálgica

Hoy algunas feministas y algunos feminismos ponen en tela de juicio hasta la palabra ‘mujer’ y nos quieren nombrar como personas menstruantes.

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Les confieso que hoy me siento algo perdida epistemológicamente... Perdida no, digamos, confundida y con preguntas no resueltas del todo. Y bien, no debería preocuparme, pues a mi edad tener aún confusas relaciones con el saber, con los saberes, de pronto es sabio.
De todas maneras, trato de convencerme de que visto lo que está pasando con el feminismo, con mi viejo feminismo, es más que normal sentirse algo perdida. Y hablo de este feminismo que hace unos casi 50 años inauguramos seis mujeres en mi oficina de la Universidad Nacional, felices, tal cual unas conspiradoras dispuestas a rehacer el mundo. Un feminismo transparente, diáfano.
Para nosotras era una opción ética y profundamente política que buscaba un lugar para las mujeres, o más exactamente para las voces de las mujeres. Claro, en ese tiempo el enemigo era el patriarcado, ese maldito patriarcado demasiado presente en la universidad, tanto en el movimiento estudiantil como en los debates de los grupos de izquierda.
Sí, soñábamos con un lugar para las mujeres, para sus voces, sus desequilibrios, sus desórdenes, sus emociones y sus reivindicaciones para construirse como ciudadanas plenas. El trabajo era monumental, pero nunca nos desanimamos y aprendíamos día a día a nombrarnos feministas. Y era ese el momento cuando el feminismo se nombraba en singular a pesar de que ya éramos conscientes de que existía un feminismo activista y un feminismo académico-investigativo, una dualidad que venía a complicar el conflicto armado que lógicamente y más de una vez impregnaba nuestros debates y quehaceres.
Y, bueno, trabajamos tanto, y tan seriamente, que claro, lo sé, el feminismo en singular ya tenía que enriquecerse, primero con el concepto de género y algo más tarde, ya hacia los años 2000, con la interseccionalidad que nos permitió nombrar a las mujeres negras, indígenas, populares, campesinas, obreras, lesbianas, trans y, en resumen, mujeres que todas, acumulaban varias características o hándicap sociales.
Y nacen así los feminismos, en plural, con el feminismo decolonial, el black feminism, los estudios queer, el feminismo ecológico, entre muchos otros y sin nombrar aún los actuales debates identitarios. Y por supuesto que el concepto de interseccionalidad ha permitido y permite novedosas comprensiones en los estudios de género ligadas a otras relaciones de poder.
Entonces no logro entender por qué me siento a veces nostálgica de los viejos tiempos. De hecho, sí lo sé... Es que de verdad los debates se han vuelto tan agudos, por no decir a veces tan agresivos, que siento que hacemos el juego de la derecha y de todos los antiderechos, cuando apenas el feminismo en singular estaba empezando a ser reconocido como una revolución pacífica sin precedentes.
Después de haber logrado resignificar el concepto de mujer, ni santa, ni bruja, ni puta, ni virgen, ni sumisa ni histérica, hoy algunas feministas y algunos feminismos ponen en tela de juicio hasta la palabra ‘mujer’ y nos quieren nombrar como personas menstruantes.
No obstante, trato de seguir los debates, pero también, y tengo que decirlo, a veces me siento algo nostálgica, aunque aún no liquidada, como se nombraba a sí misma la feminista alemana de mi generación, Alice Schwarzer. Liquidada, no. Nunca. Pero algo nostálgica. Y a veces sueño con que volvamos a lo fundamental: seguir trabajando por un mundo capaz de acoger las diversidades, el nomadismo, buscando un lugar vivible para todas, todos y todes sin negar a nadie, sin pretensiones de universalidad y sin agresividad paralizante. 
FLORENCE THOMAS
*Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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