Pareciera estar de moda entre los políticos colombianos publicar libros de corte biográfico. Existe un afán por dejar escrito un legado; o tal vez expiar culpas mediante el poder sanador de la tinta. Sea como fuere, los protagonistas de estas nuevas historias de caballerías buscan redefinir la historia a partir del propio lente.
En efecto, hace pocos días se conoció que el presidente está trabajando, de la mano con el alto consejero, Emilio Archila, en la elaboración de un libro sobre los logros de su gobierno en materia de paz. Serían 300 páginas las que recogen las experiencias territoriales y los testimonios de ciudadanos y funcionarios involucrados en su política de “paz con legalidad”. Esta noticia ha generado todo tipo de controversias. Incluso, muchos han llegado a señalar que más que un balance objetivo del proceso, su resultado será un cuento de hadas.
Y es que, no obstante algunos avances en materia de reincorporación y articulación de esfuerzos en las zonas PDET, no les falta razón a sus críticos. En la misma semana del anuncio presidencial, Indepaz publicó un escalofriante informe que revela múltiples focos de la violencia en Colombia. Lejos de haberse avanzado en la senda propuesta por los acuerdos de La Habana, se advierte un notable deterioro de la seguridad en 27 departamentos del país.
La situación es crítica por varias razones. Primero, porque la violencia ha venido recrudeciéndose en cientos de municipios del país. Se estima que en el 30 % de ellos hacen presencia uno o varios grupos criminales. Segundo, porque el aumento de los hombres en armas es significativo. Actualmente, entre disidencias, elenos y grupos narcoparamilitares, ascienden a más de 16.000 combatientes. Unos 5.200 harían parte de las disidencias de las Farc. Si bien el 95 % de los reinsertados se mantienen alejados de actividades delictivas, las disidencias y bandas emergentes se han dedicado a reclutar a jóvenes y menores de edad. Finalmente, lejos de perseguir un ideario político, estos grupos se nutren y expanden el alcance de todo tipo de economías ilegales. Dejando de lado a los elenos, ya el Estado no enfrenta actores revolucionarios, sino delincuencia organizada que controla territorios y poblaciones enteras.
El informe de Indepaz coincide con la ácida lectura que ha realizado la Cruz Roja sobre el deterioro del orden público durante los últimos años. Hemos pasado a tener 5 conflictos armados distintos. Esta situación debería tener todas las alarmas prendidas en el Palacio de Nariño. En vez de estarles dedicando tiempo a sus memorias sobre la paz en pleno ejercicio de funciones, el Presidente debería estar preocupado por la desbordada violencia que se registra en el territorio nacional, que en parte se debe a la falta de compromiso serio con el cumplimento de los acuerdos de La Habana. En el terreno militar y de inteligencia, ante un contexto tan mutante y variado de violencia, que se ha dejado crecer inercialmente, sorprende que no se haya producido un viraje en la respuesta del Estado.
Volviendo al tema de libro presidencial, el instituto Kroc, que hace seguimiento a la implementación del Acuerdo de Paz, advierte que, a la quinta parte de las obligaciones allí contenidas, no se le ha dado en absoluto comienzo a su ejecución; más aún, se anota que hay un incumplimiento del 50 % respecto de las metas previstas para el 2021. Son nulos o escasos los avances en el punto crucial de la reforma rural integral, así como también a las garantías de seguridad, la participación política, la política de drogas y la atención a las víctimas.
Para que el Presidente no caiga en la tentación de escribir un cuento de hadas o un libro autoapologético, es preciso que reconozca que durante su gobierno se llegó a una cifra récord de líderes sociales asesinados. Ya van más de 1.200. Escandalosa también la cifra de excombatientes ultimados, así como el número de masacres reportadas en 2021. Cada 3,5 días en promedio se comete un “homicidio colectivo” –como eufemísticamente los llama el ministro de Defensa–. Colombia se ha convertido en el Estado con mayor número de desplazados y el país más peligroso para líderes ambientales. En pocos años, grupos alzados en armas han deforestado más de 930.000 hectáreas de bosques nativos. Toda una catástrofe ambiental y humanitaria.
¿Reconocerá Duque en el libro que su política de seguridad fracasó? ¿itirá que cedió ante las presiones de su partido por hacer trizas la paz y que eso le impidió cumplir a cabalidad lo acordado? El proceso de paz sobrevive a pesar de las cargas de profundidad que por acción y omisión ha recibido por parte del Gobierno y de su sector político. Acá no hay nada para celebrar, porque desafortunadamente, más que sus aciertos, los colombianos miden las falencias de la política de “paz con legalidad” con el conteo de las muertes diarias que se siguen sumando desde las regiones que el Estado ha dejado al garete. Más que un cuento de hadas que en nada resuelve la crisis por la que atraviesa Colombia, se necesita un presidente concentrado en sus tareas y comprometido con el cumplimiento, sin excusas, de los acuerdos de La Habana.
Ñapa: Negar los ‘falsos positivos’ es tan infame como negar el holocausto nazi.
GABRIEL CIFUENTES GHIDINI