En 40 años Brasil logró transformar las vastas sabanas del Cerrado –la ecorregión más grande de Suramérica, después del Amazonas– en una potencia mundial del sector agrícola. Desde hace dos décadas el territorio es responsable de más del 60 % de la producción brasilera de bienes como la soja y el maíz, en los que el país latinoamericano es líder mundial.
El éxito –reconocido a nivel global, pues la región juega hoy un papel clave para asegurar la seguridad alimentaria de todos– se debe, en parte, a una visión de largo plazo y al trabajo conjunto entre el sector público y el privado. Ello les permitió, por ejemplo, no solo aumentar el área cultivada, sino incrementar su productividad estableciendo cadenas de valor agregado y encadenamientos sectoriales que impulsaron varias industrias a la vez, entre ellas la agrícola, la manufacturera y la de construcción, como destaca un estudio de Fedesarrollo publicado a comienzos de 2025. Ese importante avance económico trajo consigo inversiones que mejoraron la calidad de vida de las personas.
El Cerrado guarda amplias similitudes con la Orinoquía. Como la región brasilera, también es conocida por sus interminables paisajes sabaneros y su abundante riqueza hídrica. Desde hace una década, la Orinoquía ha venido consolidándose como un territorio estratégico para impulsar la creciente producción agropecuaria del país, entre otras industrias, y diversificar la canasta exportadora de Colombia. Por ello, ha venido pensándose la posibilidad de emprender allí un proyecto similar al brasilero.
A diferencia del Cerrado –que hoy es una de las ecorregiones del planeta que más rápidamente está siendo transformada–, la Orinoquía sigue teniendo la oportunidad de planear bien su desarrollo, proteger su riqueza natural y analizar ejemplos como el brasilero para aprender de sus aciertos y de sus errores.
En 20 años, el Cerrado ha perdido el 50 % de su vegetación natural. Esta realidad, sumada a una Amazonía más vulnerable por la deforestación, es capaz de alterar los ciclos hidrológicos. Un reporte del World Economic Forum de 2024 explica que los cambios en el régimen de lluvias, entre otros factores, permiten prever que si el desarrollo agrícola continúa igual, para 2030 el 51 % de los cultivos del Cerrado dejarán de tener las condiciones climáticas óptimas para la producción. Adicionalmente, para 2050 el caudal de los ríos se habrá reducido un tercio, poniendo en riesgo el abastecimiento de agua y de energía del país (la región alberga el 14 % de los recursos hídricos de Brasil, y el 5 % de la fauna y flora del planeta).
Para ayudar a frenar la pérdida de biodiversidad, garantizar el bienestar de sus ciudadanos y la sostenibilidad a largo plazo de su proyecto agrícola, Brasil ha creado interesantes incentivos de protección. Por ejemplo, un código forestal que establece protecciones forestales a nivel de propiedad, en el Cerrado, de entre el 20 % y el 35 % (en la Amazonía del 80 %).
Al sentarnos a pensar y dialogar sobre el futuro de la Orinoquía, valdría la pena examinar medidas como esa, y ser conscientes de que es clave planear anticipadamente una estrategia de desarrollo del territorio que, por ejemplo, no solo se enfoque en el manejo del suelo, sino que integre también el agua (el 48 % de los humedales y el 40 % de las reservas de agua subterránea del país están en la Orinoquía); que establezca claros lineamentos ambientales para la ampliación de la frontera agrícola y la mejora de infraestructura, y que integre de manera explícita el capital humano y natural de la región en su visión de futuro.
Del Cerrado podemos aprender el valor de tener una visión a largo plazo y trabajar conjuntamente entre varios sectores, y la importancia de proteger la salud de los ecosistemas para garantizar el bienestar de las personas y el desarrollo económico a largo plazo.
* Directora de The Nature Conservancy (TNC) en Colombia